Extraídas del libro Voces Abandonadas, editado por Pre-Textos.
«VOCES ABANDONADAS» por ANTONIO PORCHIA
Primera Serie (1943)
Lo infinito, cualquiera podría aniquilarlo en un instante.
Subir, subir y, alcanzada la cumbre, se contempla un abismo.
El sendero que sube es el mismo sendero cuando baja.
En mi último instante, toda mi vida durará un instante.
Cuesta al hombre un continuado esfuerzo ser un hombre más.
La vida duraría más si las cosas de la vida no durasen tanto.
Cuando el amor es fuerte, el más leve aletear lo espanta.
El alma que no encontré en ninguna parte hizo de todas las partes un alma.
La primavera del espíritu florece de invierno.
Donde el mal crece, el pequeño bien se agranda.
Nuestro débil hilo de afecto que tan fácilmente se rompe y que al romperse nos precipita en los abismos del mundo, sostiene el mundo.
El hombre es la obra efímera de su propia obra eterna.
Nuestros fríos hallan un hueco de calor en los cuerpos fríos.
Miles de soles lejanos no disipan la noche.
El ocaso de las primeras palabras comienza en las segundas palabras.
La quietud me agita y a veces me agita tanto que la necesito.
El dolor que se muestra o no es dolor o lo es mucho.
Si yo fuese más pequeño, ¡qué pequeña sería, a mi lado, una montaña!
El mundo parece ser una masa de receptáculos vacíos, devorándose a sí misma, para llenarse de receptáculos vacíos.
El esforzarse de unos para obtener lo que otros obtienen sin esfuerzo, envilece el esfuerzo.
Tu sangre es fuego y en tus ojos nieva.
Ser amado puede no ser lo peor, pero no es lo mejor.
Lo eterno es el producto de efímeras vidas.
Un alma que se expande al infinito, en la mano apenas es un hálito.
El hombre, punto luminoso de su propia noche, cuando quiere borrarla, se extingue.
Lo bello se halla removiendo escombros.
Lo amargo, cuando brota de una fuente dulce, es realmente amargo.