Un hombre alto de tez morena clara se detuvo en el centro de la plaza y comenzó a pregonar que volaría, que lo haría ese día. Los que por ahí pasaban lo veían y le decían que semejante cosa era imposible, «las águilas, los colibríes, las gaviotas pueden volar, ¡pero los hombres no!». El hombre continuaba diciendo que volaría y un grupo de gente se reunió a su alrededor. El hombre extendió sus brazos como alas y se elevó ante la mirada atónita de los demás. No podía ser posible, era inaudito.
Cosas diferentes a lo usual comenzaron a suceder en ese instante. Por la escalinata descendía una pareja peculiar: ella, de vestido negro, corto, tallado, con el cabello negro y corto y una sonrisa provocadora, lucía impecable; él, de frac negro, un tanto empolvado, de bigote recortado al ancho de la nariz, cabello negro y alborotado, de mirada distraída; ambos saludaron hacia la puerta de la prisión y continuaron bajando. El hombre del puesto de frutas cambiaba la tonada y bailaba a su propio compás. Una joven caminaba saludando a todas partes sin detenerse a ver hacia ningún lugar. Y una sonrisa se dibujó bajo la mirada nerviosa, desesperada del prisionero; tomó la puerta por los barrotes, con fuerza y la haló hasta arrancarla. Se vio libre y caminó por las calles besándolo todo.
Cuando el hombre descendió de su vuelo fue tomado por los que lo rodeaban y llevado ante los hombres sabios del lugar. Lo acusaron de locura, lo condenaron a la cordura de la sociedad.
Y entonces el aplauso se dejó escuchar en la sala del Teatro de Cámara del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias de la ciudad de Guatemala, una noche de septiembre de 1996; habría más de ciento cincuenta personas, el concierto había acabado luego de dos horas. Acabó con varias personas en el escenario: Francisco Estuardo, el pregonero volador, Iskra, vestida de Chaplin, Mayte, como Betty Boop, Xochil, la joven de los besos, Julio Galicia, el hombre del puesto de frutas, y yo, el prisionero.
La canción interpretada por Francisco Estuardo fue Castillos en el aire de Alberto Cortez. El montaje e idea original de la escena fue de Angélica Rosa. Y el deseo de volar y ser libre fue mío. Desde aquella noche me sentí más cercano a Cortez, a quien ya conocía desde mi más temprana infancia, cuando mi padre lo escuchaba con frecuencia, extasiado por tanta y tan bella poesía de las canciones de ese excelente compositor argentino, hispano y del mundo.
Alberto Cortez nació en Rancul, provincia de La Pampa, Argentina en 1940. Desde 1960 y hasta principios de 1967 transita por Bélgica, Alemania, Francia y España cantando canciones de otros compositores, algunos de ellos folclóricos.
En abril y diciembre de 1967 presenta dos recitales en el Teatro de La Zarzuela de Madrid en los que interpreta canciones de Atahualpa Yupanqui y musicaliza poemas de Pablo Neruda, Lope de Vega, Quevedo, Luis de Góngora y Antonio Machado. Estas presentaciones fueron consideradas polémicas dado su contenido y el tinte de las anteriores, y a partir de ahí y hasta la fecha Cortez a grabado treinta y ocho discos.
Dejo aquí Castillos en el aire, a modo de dedicatoria a Francisco Estuardo, Iskra, Mayte, Xochil, Julio, Angélica Rosa y, por supuesto a Gustavo Pereda, mi padre. También la dejo a ustedes para que, como yo, puedan volar, construir y reconstruir sus propios sueños.