Poquito a poco vamos regresando a la cotidianeidad y las cosas volviendo a su ser.
Atrás quedaron las noches de albariño y cuentos. De pan con mantequilla que nunca comemos en casa, de dudas respecto a mi buen hacer a la hora de elaborar un pil pil sin presiones mediáticas, de dudosas recetas de cocidos madrileños sin verduras ni fideos en la sopa, de mucha risa y mucho vacile caribeño.
Ojeo los periódicos y asisto aburrida a las excusas de Pablo iglesias para no dar la cara, a las declaraciones del pequeño Nicolás y al más que dudoso dolor por la muerte de la duquesa.
Prefiero centrarme en abrir mi hoja de Excel para controlar quien y cuantos tamales ó carimañolas se han comido cada uno de los miembros de esta casa. Hay que llevarlo a rajatabla porque mi tesoro culinario no se puede dejar al albur de los apetitos incontrolables de esta panda. Luego se terminan y nadie fue. El proyecto de electrificar el congelador y así evitar que los manjares desaparezcan sin que sean debidamente anotados sigue en estudio.
Lo cierto es que han sido unas semanas en buena compañía y que han hecho que el tiempo volara sin darnos cuenta.
Lo hemos pasado bien, la verdad. Hemos certificado que no somos capaces de salir de casa antes de mediodía, que podemos estar 45 minutos buscando un parking que tenemos ante nuestros ojos, que existen cajeros que escupen los billetes y las tarjetas a metro y medio de distancia, que somos inmunes a las miradas incrédulas de la gente, que somos capaces de irnos a buscar nieve a las doce de la noche sin frustrarnos por no encontrarla, que nos permitimos el lujo de irnos a la terminal del aeropuerto equivocada sin llevar teléfonos para comunicarnos, que las mujeres de la familia son adictas al Corte Inglés y a los zapatos, pero que igualmente pueden comprar en una tienda mientras suena la alarma de incendios, que somos capaces de traer y llevar una maleta con 23kgs de peso solo en comida y volver locos a los perros antidroga a punta de olor a tamales, carimañolas, jamón de bellota y morcilla de Burgos, pero que seguimos teniendo una gran facilidad para reír por cualquier cosa y que disfrutamos de la vida siempre que se presenta la ocasión.
Ya tenemos una nueva colección de recuerdos familiares que poner en nuestros álbumes de vivencias listos para ser contados y compartidos en el futuro. Y aquí estoy yo mirando por la ventana de la cocina a un tímido sol de otoño, saboreando mi primer frasco de una excelsa mermelada de “Seville orange” traída especialmente de Londres a precio de pelo de demonio. Sé que me había comprometido a ponerme un smoking cada vez que la comiese pero es que soy más de pijama, ya me conocéis.