Pasé primero un tiempo atrincherado en el sótano. Escuchando conversaciones y haciendo justicia en el consorcio con los tableros de luz al mejor estilo Gustavo. Cuando vi que Abi, Sereno y Ottito bajaban sus cosas y las ponían en un camión de mudanzas, me colé en un canasto y me fui con ellos.
Me gustó que al bajar el sillón por la ventana rasparan el flamante cartel del nuevo local de abajo. Ése que había estado en obra y cuya reforma nos había torturado por meses con ruidos y voces.
Las nuevas inquilinas del local, unas nenas coquetas que inauguraban su boutique en breve, estaban desesperadas. Buscaban en Abi y Sereno una compensación económica para afrontar la reparación del cartel impreso en rosa chicle.
-¡Andá a cantarle a Gardel!- fue la respuesta que obtuvieron de Abi, que parada en el estribo del camión de mudanzas ya en marcha, acompañaba la frase con sonrisa y ademán de brazo y mano.
So long, farewell, auf wiedersehen, adieu Vicente López.
Volví al pasto.