El frío de la calle insensibilizaba mis manos que apoyaba en el cristal y al mismo tiempo, mi corazón también empezó a contagiarse de esa insensibilidad.
La casa se veía ya muy pequeña y luego una curva en el camino la hizo desaparecer para siempre. A pesar de eso, aún estuve mucho tiempo mirando hacia atrás por la ventana, hacia mucho más atrás de la casa.
Siempre había sido igual. Era la quinta vez que hacíamos mudanza y aún no me había acostumbrado.