Desde siempre la poesía ha viajado mucho mas rápido que el poeta, los poemas llegan al pueblo y se hacen cantos populares, el poeta pasa a convertirse en una anécdota, se vuelve el firmante de la obra de arte. Hace aproximadamente 130 años se invento el primera aparato que grababa cintas magnéticas y poco después de la mitad del siglo XX Pablo Neruda conmocionaba a todos con su voz cancina con aquel mundialmente conocido 20 poemas de amor y una canción desesperada. Personalmente quiero decirles que también he sido seducido por los poemas en audio grabados en cintas en la década de los 80, pude conocer la juvenil voz de Javier Heraud a través de su poema Mi casa muerta leído en París en los años 60 y también conmoverme con la asmática voz de Eliseo Diego leyendo En la calzada de Jesús del monte; y es que en tiempos donde no pensábamos siquiera en la posibilidad del internet el casete llego a mí mucho más rápido que el libro de Eliseo, así como algunos poemas de Jaime Sabines, Mario Benedetti y Juan Gelman, cruzaron literalmente el mundo para sumergirse en mi humilde habitación en el distrito de Lince a comienzos de los años 90. El éxito de estas cintas y creo yo lo que le daba cierta ventaja sobre el libro, es que podías literalmente tener al poeta en directo, hablando para ti, a cualquier hora del día y en cualquier lugar, escucharlo con los amigos y detener el dialogo poético, cuantas veces quisieras para reiniciarlo siempre una vez más. En la voz del poeta hallaba la calidez que no encontraba en los libros, podía imaginar qué tipo de personas eran con solo escuchar aquellas voces que salían del antiguo toca disco que me había obsequiado mi padre; Si fumaban, si usaban sombrero o bigote, si eran altos o bajos, todas esas extrañas elucubraciones me asaltaban cuando apretaba play para dar inicio al religioso encuentro, yo fumaba un cigarrillo mostrándole mi atención y respeto al poeta que en mi habitación y ante una concurrencia masiva (3 o 4) nos regalaba un intimo recital, leyendo sus poemas de forma apasionada y cada vez mejor desde el grabador.
Ahora los casetes han quedado de lado, es el tiempo de los discos o Cds, tiempos del internet y los programas que te hacen constructor y director de todo lo que el ingenio aguante, felizmente para los que amamos la poesía en audio, leída por el mismo autor, los poetas César Pineda y Paolo Astorga tuvieron la magnífica idea de capturar las voces de poetas como Enrique Verástegui, Carlos Zúñiga Segura, disfrutar de la sonoridad del entorno, la calle, los autos, el propio jadeo del autor ante la emoción generada por un verso, a fin de cuentas, el poema sucediendo en ese mismo instante.
El disco no deberá sustituir al libro, pero creo que es un modo práctico y económico para poder acercarse a la intimidad del poeta, tener un dialogo con el autor, porque la poesía no solo es página cubierta de extrañas combinaciones y acertijos, es además corazón, voz, piel, silencio, ritmo, sensación, imagen y sueño constante.
Raúl Heraud
La Molina 11 de junio de 2010