Hace unos días volví a la universidad, con mis compañeros de siempre. Aparcamos el coche dispuestos a entrar de nuevo en nuestra facultad, comprobar si nuestros sitios del aula 5 seguían como antaño, y vivir en persona el ambiente del campus otra vez. Hacía mucho tiempo que habíamos acabado, un tiempo que se cuenta ya por años, y desde entonces nuestros pies no habían vuelto a pasear por allí.
Las hojas comenzaban a caer, los castaños de la avenida principal dejaban al descubierto los primeros erizos revolviéndose en el suelo, y el sol resplandecía como en el día del comienzo de curso. Mis compañeros de clase caminaban a mi lado, con la misma cara de 'qué cambiado está todo', y sin dejar de escudriñar todos los rincones del campus. Nueva cartelería, plazas que antes no existían, facultades nuevas en pleno big crunch de la economía, todo parecía ir viento en popa. Recorrimos varias calles, rodeando facultades, y preguntándonos si tal vez habíamos llegado muy pronto, pues todo estaba desierto.
Fijamos como destino nuestra facultad. La de Ciencias biológicas y ambientales. Caminamos despacio para que nuestros ojos se empaparan de todos los detalles, y este día permaneciera en nuestro recuerdo como algo especial. Avistamos por fin la facultad, nos dirigimos a la puerta principal, y empujamos. Nada. Estaba cerrada. Habíamos pasado por alto que era sábado, y que sólo estábamos allí para recordar viejos tiempos, un momento de nuestra vida que ya resuena lejano en la memoria.
Antes de marchar nos percatamos de la existencia de un único letrero en la puerta de entrada. Nos acercamos muertos de curiosidad: "Créditos de hasta 2.000€ para matrículas universitarias", rezaba. Definitivamente, las cosas habían cambiado mucho por allí.