Vuelta a la vida

Publicado el 09 agosto 2013 por Maria Gabriela Leon Hernandez @amarlapoesia
   

Viejo hombre en Warnemünde - Edvard Munch


- No es posible que algo tan sencillo de hacer como esta tontería me sea tan difícil, a mí, que siempre he vencido con facilidad los obstáculos -  piensa con altivez el anciano mientras trata, con las manos temblorosas, de cerrar los botones de la camisa que viste. Tiene la salud débil, no así el orgullo.  Está de mal humor. Siente que ha caído por un hueco sin fondo desde que enfermó. Tuvo que dejar de ir a su hacienda,  ese paraíso terrenal en donde él ha sido amo y señor por casi treinta y cinco años y que tras mucho bregar hizo que fuera una de las más productivas de la zona. Extraña el olor del campo, el cielo abierto y el verdor de los pastos, pero lo que más extraña es tomar decisiones, comandar a ese grupo de personas que trabajan en su propiedad; lograr que las cosas funcionen como a él le gustan. La enfermedad le inhabilitó el cuerpo y el alma. No soporta mantenerse encerrado en la casa. Los días son largos. Sigue una rutina diaria durante las mañanas que es casi inalterable: después de desayunar va hacía el jardín para asolearse, entretanto le retira las hojas secas a las matas, luego se sienta en un sofá de la sala a leer el periódico; resuelve el  crucigrama que publican en la sección de "comics". Continúa ahí sentado mirando la televisión hasta quedarse dormido. Al despertar se dirige a su habitación para tomar una ducha. 
-Estoy  cansado de vegetar, de ser un inútil, quisiera morir– le comenta a los familiares y amigos que le visitan. La muerte ronda por su cabeza, no le teme, sabe que está viejo y enfermo, así que la enfrenta como ha enfrentado la mayoría de las cosas en su vida, con coraje.

Por fin pudo abotonar la camisa. Para él es otro día más de su estéril vida. Quiere desayunar rápido para ir al jardín. Le gusta quedarse en este lugar; es amplio, toda la casa es amplia, con altos ventanales que permanecen abiertos durante el día, al igual que las puertas de acceso, tan es así, que los amigos entran sin avisar.

Mientras toma la siesta de la mañana en un sillón de la sala, en la cocina se encuentran conversando su esposa y Carlos, el mayor de sus hijos, que acaba de llegar a visitarlos. El murmullo de las voces lo despierta. Se levanta y camina lento hacia su habitación. Al llegar, observa que dentro de ella hay un joven desconocido, de contextura delgada,  que sin hacer ruido revisa las gavetas de la cómoda. El anciano se enoja, entra con actitud retadora y se acerca al ladronzuelo, increpándole con un tono de voz alto por estar removiendo sus cosas.  Saca de su bolsillo una pequeña navaja que sin temor la pone en el abdomen del muchacho y amenaza con herirlo si no sale de inmediato de allí.  En ese momento llega Carlos, toma al joven por el brazo y lo empuja hasta sacarlo de la casa. Entre los dos hombres le gritan y preguntan qué hace ahí. El ladrón está asustado, no contesta, se va alejando de ellos poco a poco,  hasta que decide correr y huir. Padre e hijo ingresan a la casa riendo por lo ocurrido. En la noche el anciano abotona su pijama con la precisión de un cirujano.