Wait

Publicado el 13 junio 2018 por Rizosa
Cuando llevas mucho tiempo soñando con algo, ese algo se hace tan grande, tan sumamente mágico y trascendente, que puede que cuando lo consigas y deje de ser un sueño te des cuenta de que no era para tanto.
Pues con Nueva York no pasa eso. 
Puede que el impacto inicial que te producen otros lugares en los que te adentras por primera vez no lo sientas al pisar la gran manzana, porque estás harto de ver fotos, vídeos, series donde te hacen mil spoilers. La primera vez que pisas la isla sientes un extraño dèjá vu y parece que ya conoces cada calle, cada monumento, cada parque.
Pero te sigues quedando sin aliento. Todo en Manhattan es tan espectacular, tan enorme, tan majestuoso, que por muchas veces que te inundes las retinas con su mar de asfalto nunca te acostumbrarás y seguirás teniendo tortícolis de tanto mirar hacia arriba.
Nuestra historia comienza regular. Después de 7 horas de lidiar con un frío polar en el avión, de una escala más larga de lo esperado en Madrid y de quizá demasiadas horas sin dormir, nosotras (mi señora madre y yo) llegamos un viernes por la noche, derrotadas. Ya en el taxi empecé a olvidarme de todo lo demás cuando pasábamos Queens y nos acercábamos a los rascacielos, pero es que cuando salimos del túnel (¿habéis visto Pánico en el Túnel?) y enfilamos la 34 yo empecé a flotar.
Flotar. Creo que es el verbo con el que mejor describo estos 8 días que he pasado en la isla: flotando de allá para acá. Como en un sueño.
Nuestro hotel era pequeño y un tanto... clásico, pero me encantó. El recepcionista de noche era muy majo (y muy mono, con su barbita hipster y su sempiterna sonrisa) y nos explicó el funcionamiento de todo con una paciencia infinita (el desayuno, de 6:30 a 10. La habitación, la 623). Yo con mi inglés de Texas lo entendí a la perfección, claro.
Nuestra habitación tenía dos camas gigantes. Pero gigantes de verdad. Que yo en Málaga duermo en una cama de 90 - y con gato- desde siempre, que allí me estiraba a lo ancho y no tocaba los bordes.  El baño bien, correctísimo. Las ventanas cerradas para siempre, por algún extraño motivo. Igual era para que la gente no se suicidara desde un piso 23, yo qué sé.  El caso es que la primera noche dormimos de un tirón y profundamente, que ni escuché roncar a mi madre. (Nota obligada: que no, que ella no ronca, que es una florecilla delicada del campo de Blancanieves)

A la mañana siguiente empezó nuestro periplo. Yo llevaba una guía perfectamente estructurada y planificada al detalle con todas las cosas que quería ver en Manhattan, y durante todo el viaje nos fuimos adaptando a ella en la medida de lo posible. 
Hicimos un Tour de Contrastes que nos llevó por cuatro de los cinco distritos: Manhattan, Bronx, Queens, Brooklyn.  Fuimos a dos musicales, Wicked y Waitress, y todos me vieron llorar como una lerda y cantar a grito pelao y sentirme la oveja más afortunada del mundo.  A pesar de que Wicked  es espectacular y parece un cuento,  yo iría cada día de mi vida a ver Waitress en bucle, os lo aseguro. Cenamos en Ellen's Sturdust Dinner, el restaurante donde los camareros son aspirantes a Broadway y te cantan subidos a las mesas mientras cenas. Salí a bailar con uno de ellos :D Visitamos Bryant Park, la Biblioteca Pública de Nueva York, la Estación Central (y me compré la cookie más deliciosa del mundo en su panadería) Central Park (y corrí como Phoebe), el Mercado de Chelsea, nos subimos al Top of the Rock al atardecer, nos fuimos de tiendas por la Quinta Avenida, nos zampamos una hamburguesa en el Shake Shack del Madison Square Park, pillamos el ferry gratis a Staten Island para ver a Miss Liberty, le toqué los huevos al toro de Wall Street, me emocioné con el peral superviviente de la Zona 0,  flipé con las luces de Times Square y su chorreo de gente continuo,  contemplamos Manhattan desde el paseo del río bajo los puentes de Manhattan y Brooklyn y bailé cómeme el donut contemplando la zona 0 desde la distancia.
Me sorprendí gratamente con lo preparadas que están las calles de Manhattan para el turista, con sus mesas  y sillas para descansar por doquier, sus fuentes de agua potable, sus baños públicos super limpios. Me peleé con los semáforos americanos que no te dejan cruzar porque no les sale de los huevos. 
Flipé con el pasillito de la fama que te hacen en Macys cuando abren las puertas, por la mañana. Es como si te hicieran palmas para que te gastes mejor los dineros, y tú entraras ya encantada de la vida. Son listos, estos americanos.Nos comimos 28,263.534 perritos en puestos callejeros.  
Me maravillé al encontrarme Tortas Ramos en el Whole Foods de Columbus Circle, y aún más cuando vi los precios  a los que las vendían (casi 11 euros una bolsita roñosa de 6 tortas) AQUÍ HAY NEGOCIO, YO LO DEJO CAER)Cogimos el metro infinidad de veces, el autobús otras cuantas y caminamos más en 8 días que lo que suelo caminar en un año entero en Málaga.Me compré unos vaqueros que, por primera vez en mi vida, me quedan bien de largo porque en América tienen tallas también de largo y yo soy SHORT.
Me partí de risa con mi madre en un par de ocasiones. Por ejemplo, cuando una tarde ella vino toda emocionada a la habitación, después de haber estado un momento fumando en la calle, y me dijo "CORRE BEA, VAMOS A BAJAR QUE CREO QUE HAY FUEGOS ARTIFICIALES EN TIMES SQUARE PORQUE OIGO RUIDOS Y VEO MUCHAS LUCES". Y yo ahí en pijama,  vistiéndome a toda prisa para pillar los fuegos, que bajé medio asfixiada a la calle. Y me asomo y me encuentro con que los ruidos que había oído mi madre son unos señores de mudanza descargando un camión al lado del hotel, y que las luces eran un neón gigante del Hard Rock Café.  O cuando la pobre mujer, que aprendió un inglés británico de Oxford central, intentaba comunicarse con los true americans sin éxito. (-"lady, how many bags do you have?" -"at two o clock")
Eso sí. El único momento incómodo que vivimos fue cuando quisimos ir a tomar algo a la terraza del POD 39, un hotelito que en internet califican como "encantador y familiar". Tiene un rooftop de estos en los que te puedes tomar un margarita contemplando los rascacielos al atardecer y según las guías el código de vestuario es informal, así que encaminamos nuestros pasos felices y emocionadas y con el trípode a cuestas para hacer fotacas.  Y ya al llegar nos pusieron en una fila para hablar con no sé qué señor, que a su vez me puso en espera en una lista de 20 minutos y que luego me hizo ir a otro señor y le dijera la contraseña (os lo prometo, LA CONTRASEÑA) para poder pillar el ascensor y subir a lo alto. Y después de hacer el tonto con la contraseña -mi madre se quería morir del corte- y que nos pidieran los pasaportes y todo, nos montamos en el ascensor con otros dos chavales que subían a tomar algo. Iban muy arregladitos, muy fashion ellos, y me sueltan: ¿sois extranjeras? Yo, sonriente, les digo que sí, que somos españolas, y me responden, divertidos: -Anda, sois españolas y venís a mezclaros con los locales?. 
Me quedé cortada y en silencio y ahora me arrepiento. Yo soy de la Costa del Sol, donde los turistas se conocen mejor que yo cada rincón y donde se les trata como si fueran de la familia. Donde los japoneses inundan las ferias y bailan flamenco, donde los ingleses crean verdaderas colonias. Fue muy desagradable sentirme tan fuera de lugar, así que no duramos ni 5 minutos en aquella terraza.
Supongo que fue un caso aislado, pero yo a los hoteles POD ya les he puesto la cruz. 
Pero en fin, que ha sido un viaje maravilloso que ha cumplido casi todas mis expectativas. Me han faltado un par de cosas por hacer y además el clima ha truncado algunos de mis planes, pero en general he tenido una suerte enorme porque todo ha salido fenomenal y no me he puesto mala ni me han raptado en el Bronx ni han vendido mis órganos.¿Volvería otra vez? Sin duda; hay mil cosas más por hacer y ver y mil musicales más cada año. Pero de momento voy a dejar asentarse la experiencia, que aún no me creo que haya estado allí después de media vida soñando con este viaje. 
He decidido proponerme viajes cada cierto tiempo, porque es lo que más feliz me hace y más alegría le da a mi vida. El no tener hijos ni marido tiene muchas ventajas y una de ellas es poder gastarme mi dinero en lo que me salga del rizo, y así haré. En 2020 quiero que haya otro viajazo. No sé a dónde aún, ya veremos, pero me gustaría alguna playa paradisíaca, por variar la temática.  Se admiten sugerencias :)
Os dejo con algunos momentazos de la #OperaciónNY2018. Gracias por tanto, New York.

Así iba yo en el avión para combatir el frío. Un burka por amor.








Soy flojjer de moda. Sufre, Dulceida.















Aquí ya me camuflo perfectamente entre los americanos.



Todos los parques estaban repletos de esas flores-bola moradas y se me enamora el alma.














El loot de la #OperaciónNY2018


BONUS TRACK