Y al final llegó la primavera casi tan verde como tus ojos, era inevitable.
Parecía que necesitaras que él viniera y te dijese: para.
Y así fue, paraste y te diste cuenta de que te habías estado engañando constantemente, de que no te quedaba nada de aquella diversión tan vana ni de aquel egoísmo prepotente y absurdo, tan sólo vacío, de que la felicidad se encontraba en otra dirección.
Entonces diste marcha atrás y cambiaste el sentido, aprendiste que esa felicidad que tanto perseguiste estaba dentro de tí, transformaste la sobervia en sencillez, la adicción en sinceridad, el narcisismo en eso que él llamaba amor, y ahora tú también, porque él te lo enseñó.