Hace tiempo que tienen la misma discusión cada tanto. Ella se empeña en que deberían casarse y tener hijos, que ya está bien de vivir del recuerdo de las aventuras de cuando eran niños, que todas esas ganas de comerse el mundo, luchar contra piratas y cantar con sirenas se han caducado. Él sigue cabezón en que nada de eso ha muerto porque dice que todavía sigue viendo a esa hada pequeñita cada noche en su ventana; y mientras ella habla de compromisos que saben a fracaso asegurado y de hijos que deberían estar ya en camino, él la mira con un gesto de desilusión en sus ojos de eterno niño. Cuando ella le pregunta por esa expresión casi indescifrable, él se encoge de hombros y suspira. Ya la advirtió hace tiempo que con él las cosas serían distintas, que aunque le alejara de Nunca Jamás para irse a vivir a Londres, tomar el té a las cinco y visitar a sus padres todos los domingos, él iba a seguir siendo Peter Pan el resto de su vida.