Compacto, liviano y resistente, ¿qué más se puede pedir?
Creo que soy el único gil que anda con el celular, el reproductor mp3 y la cámara de fotos, por separado, a menudo cargando en la mochila. Mi teléfono viene acompañándome por lo menos ocho años, sin apenas rasguño habiendo soportado varias caídas. Mi mp3 es una reliquia que ya tiene diez años funcionando. Mi cámara parece un ladrillo pero sigue dando la batalla como el primer día. Todas estas funcionalidades me cabrían en un puño o en el bolsillo si fuera lo suficientemente listo para adecuarme a la tecnología, aducen mis críticos barbilampiños y otros colegas. ¿No tienes whatsapp?, me suena a burla conmiserativa, como si contemplasen a un matusalén.
Hace pocas mañanas le escuché a un psicólogo hablar de una nueva patología social que afecta a la juventud actual, y a otros no tan jóvenes que han caído en la adicción de estar pendientes de su teléfono móvil. Ya no es novedad toparse con alguna joven madre descuidando a su crio mientras se engancha a la puñetera pantallita. Ya no hay reunión familiar o de amigos en la que algún miembro se desatiende de la mesa mientras se le enfría la cena. Quizá estemos gozando de jugosas anécdotas y no falta el bicho que se abstrae al son de ese cansino tonito que anuncia un nuevo mensaje. Dan ganas de retorcerle el pescuezo.
A tal extremo ha llegado el fenómeno que ya genera comportamientos absurdos. Se sospecha de algún accidente aéreo que ha sido provocado por la distracción del piloto ya no con la azafata sino con el aparatito de marras. Ni hablar de la cantidad de automovilistas que se estampan o se van directo al despeñadero por lo mismo. Hay quienes que no se desprenden del artilugio ni cuando van al baño, la antigua y provechosa lectura de periódicos ha sido reemplazada por los videos virales o los chats. Alguien que yo conozco caga escuchando música de mierda que, por higiene mental, es mejor no evocar. Habrán visto la mar de pelotudos que se hacen atropellar o rozar el cuero por andar distraídos al cruzar una calle. Cuántas jovencitas habrán sido víctimas de asalto por caminar chateando en una calle desierta. Cuánta manía por actualizarse y la gente no aprende que el crimen anda también actualizado o, por lo menos, circulando sobre ruedas.
Todos los días uno tiene que lidiar con este ejército de paranormales. Me invaden hasta el gimnasio cuando me los encuentro haciendo bulto en los estrechos vestuarios o quedándose una eternidad en un aparato específico mientras atienden a la pantalla. O tal vez soy el único paranormal que se resiste a comprarse el teléfono ‘inteligente’, tan indispensable hoy que la gente prefiere consultar en internet qué tiempo hará en la jornada en vez de echar un vistazo al cielo, antes de salir a la calle. Los smartphones parecen ser la gran paradoja de comienzos de siglo, pues más allá de sus innegables beneficios, su poder de distracción y embobamiento es tal que ha trastornado la vida cotidiana a niveles insospechados. Al paso que vamos, no sería raro que muchas parejas le hayan dado al botón del coitus interruptus, y no por razones anticonceptivas.