Whisky. Doble. Sin hielo
Barra de bar, oscuro y viejo. De esos en los que se puede fumar. Se abre la puerta y entra un hombre. Derrumbado. Derrotado. Cansado. Triste. Agobiado. Se sienta en la barra, apoya los codos en la barra y la cabeza en las manos. Y desde abajo, con todo el pesar que lo agobia le pide al camarero. Whisky. Doble. Sin hielo.
El camarero no dice nada. Saca la botella de debajo de la barra. Desenrosca la tapa y sirve. Le pone el vaso delante, bajo las manos que apoyan la cabeza. Y se retira. El hombre coge el vaso. Mira el líquido. Lo mueve un poco para escuchar sonar los hielos que no lleva. Y se lo traga. Todo. Se limpia la boca con el dorso de la mano. Mira al camarero y señala el vaso a un gesto de su cabeza. El camarero no dice nada. Saca la botella de debajo de la barra. Desenrosca la tapa y sirve. De nuevo. Le pone el vaso delante y se retira. Cuando un "deje la botella" lo detiene. Lo hace. No dice nada. Sabe que será una larga noche. De las de llamar a un taxi y mandarlo a casa. Cuántos así no ha visto. Cuántas veces no fue él el mismo hombre.Derrumbado. Derrotado. Cansado. Triste. Agobiado. Mira al hombre de la barra y lo sabe. No le gusta el whisky. A él tampoco. Pero el whisky es lo que ahoga las penas. Los agobios. Los derrumbes del alma y los de las ganas. Las derrotas. No tengo bar.
No tengo barra.No tengo camarero.
Pero tengo un vaso y una botella de whisky.
Y si no tengo vaso, sigo teniendo la botella...
Whisky. Doble. Sin hielo.