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Williams, esa altanera princesa desnuda

Publicado el 18 abril 2011 por Martinherzog
Williams, esa altanera princesa desnudaGeneralmente, los que un día nos escogimos como seguidores de Williams, somos unos nostálgicos, pues nuestro equipo es uno de los últimos llamados “equipos de caballeros”, de esos que empezaron con una serie de señores que asumían el negocio en la F1 como el medio ineludible para llegar a la consecución del fin último, esto es, el mayor rendimiento deportivo y el triunfo en la F1.
Otros equipos, como McLaren y Ferrari, surgieron de una forma relativamente similar, pero lo normal en estos tiempos es justo lo contrario de lo que hace años era la norma, es decir, que ahora se busca el buen rendimiento deportivo para que el negocio particular de cada dueño crezca. Los tiempos cambian y quizá los nostálgicos ya no tenemos un clavo frío al que agarrarnos. Antes podíamos elegir entre muchos caballeros, y a los ya citados, se podían añadir nombres ilustres y otros no tanto, como Brabham, Lotus, Ligier, March, Fittipaldi F1 o Toleman. Pero ahora estamos limitados a la sota, al caballo y al rey.
Y seguimos, necios y obstinados en nuestra preferencia, sin dar el brazo a torcer y con la esperanza de que nuestro Williams un día vuelva a vencer en una carrera y que no termine diluyéndose como el boxeador que ve como su record de victorias comienza a ser pasto devorado por los números rojos.
Pero invariablemente, los seguidores de Williams F1, sentimos admiración, enorme respeto y gran apego al líder del equipo, sir Frank Williams, ese viejecillo inválido, con fragilidad de aspecto y frialdad cadavérica, ese témpano de hielo que todavía se acuerda y honra al que ha sido el mejor piloto que pasó por su equipo, un tal Ayrton Senna. Todos lloramos cuando Ayrton nos dejó, subido en su Williams, diseñado por Adrian Newey, y hasta los más duros, esos hombretones que no lloran nunca, no pudieron contener esa lágrima que luchaba por salir cuando presenciaron la imagen de un Frank Williams desconsolado y bañado en un mar de cristales, hirientes cual dardos emponzoñados sedientos de dolor.
Grandes momentos nos han acompañado también, pues la historia de Williams ha sido la crónica de unas personas que han hecho bien su trabajo, y el destino se lo recompensó con creces, con nada menos que dieciséis títulos mundiales (entre pilotos y constructores), algo a lo que jamás llegarán los equipos venideros, porque esos equipos ni tendrán la duración ni el empeño de los de Williams y Head, sus creadores. Un título cada dos años, así nos ha recompensado Williams a su seguidores (hagan cuentas y quiten los últimos 11 años de zozobra).
El presente del equipo de mis amores es realmente complicado, y uno no puede evitar hacer memoria y darse cuenta de que cuando un equipo desaparece, no vuelve a asomar a la parrilla, y si lo hace, el espectáculo es un esperpento, pues no tiene nada que ver con lo que otrora fue, limitándose a una batalla legal para usar nombres ilustres, sin ofrecer los desempeños ilustres de los que han visto “secuestrado” su nombre. Miedo, porque si la falta de resultados termina haciendo tirar la toalla a sir Frank, sé que nunca volveremos a disfrutar de la elegancia e historia del equipo de Grove, de saber que hay un Williams en el circuito.
Ahora estamos inmersos en un desastre de temporada, donde lo que parece es que la prioridad es terminar las carreras, y están traicionando al equipo, a sus seguidores, al propio Frank, que delegó la mayoría de sus funciones hace unos meses en la persona de Adam Parr.
Me queda claro, al menos esa es mi esperanza, que el equipo no desaparecerá mientras Frank Williams no pase al otro barrio, pues el equipo Williams es el trabajo de su vida, la ilusión de una persona y una marca indeleble en los corazones. No puede decirnos adiós sin más, y en su morro todavía se ve la marca de Senna y todos esperamos todavía que el equipo demuestre a todo el mundo por qué son uno de los equipos más grandes que habrá jamás en la historia de la F1.
No muera aún, Frank, que es usted el único sustento del equipo y al que nos aferramos los nostálgicos, es nuestro severo y bienhechor clavo ardiendo.

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