Algo extraño había sucedido con aquel hombre, si es que podemos llamar extraño al acontecer diario en este putrefacto lugar. Llegó muy temprano al trabajo, el mismo trabajo que había mantenido durante años, aquel donde encontró la seguridad establecida, lugar donde se fueron sus ideas al vacío. Sin pensarlo dos veces se orinó en las sillas de sus dos supervisoras, no conforme con esto procedió a verter ácido muriático sobre todos los archivos que por años le habían acompañado. No es fácil describir lo que se siente aquí abajo, razones hay de sobra pero no basta con encontrarlas, caminando con una sonrisa en su cara pues nunca perdió el sentido del humor se dirigió al cuarto de comedor en donde prendió todos los artefactos eléctricos allí encontrados y comenzó a hacer vasos y vasos de café aunque en su vida había tomado ni un sorbo de aquella droga aceptada. Esperó paciente el momento que estaba por llegar, rodeado de vasos de café humeantes que le hacían compañía y con una rosquilla gigante en su mano subió la mirada cuando su supervisora entró despavorida, pálida, enfurecida, y sin mediar palabras le señaló la puerta, de salida claro está. Mordió aquella rosquilla sabrosa y le ofreció una mordida a su supervisora, luego se paró, hizo una reverencia y se marchó sin notar el más mínimo cambio en su constante y habitual estado de mente, es que somos lo que somos.
Salió a la calle en donde la luz del sol confundía a los transeúntes pues en realidad no quemaba, el sol, como otros, se había rendido en el camino. El rayado peatonal era largo y muy blanco, parecía sacado de una película, gozaba de una perfección admirable, por supuesto, era un paso peatonal. No vió venir el carro que a toda velocidad se aproximaba, la mujer emperifollada y lista para conquistar el mundo traía el pie hasta el fondo del acelerador, la fuerte música que salía de las cornetas no le permitía pensar, quizás era el olor penetrante de su perfume recién salido al mercado. Volteó y vio aquella sombra amenazadora venirse sobre él, la vida no le pasó enfrente de si mismo en un segundo, no recordó a sus seres queridos ni pidió perdón al Todopoderoso, ni una gota de adrenalina se filtró en su cuerpo, nada, la nada, ni un sentimiento afloró mientras el ruido estruendoso del frenado le causó cierta molestia en el tímpano y ni siquiera forzó su mirada hacia el vehículo que quedó a escasos milímetros de su pantalón de tela marrón. Miró el semáforo y comprendió que de nuevo tenía la razón, es solo que a veces no basta con tenerla hay que también entenderla. La dama del carro gritó en la lejanía “es acaso que tu tienes aceite en las venas?”
Entró al banco, aquel que estaba situado en el centro de la ciudad, con un decorado barroco y una iluminación precaria, dio un paseo sin sentido por cada ventanilla del mismo y decidió pararse en la número siete, desde niño le gustó aquel número y no por considerarlo de la suerte, simplemente le gustaba. Le pidió a la cajera que le entregara todo el dinero que había en la bóveda, acto seguido sonrió y le dijo que se trataba de una broma, la mujer que había perdido la coloración además de sentir un calorcito en la entrepierna le advirtió que podía ir a la cárcel por su “bromita” pesada y que lo dejaría pasar esta vez pues se encontraba feliz ya que finalmente había conseguido novio. Retiró todo el dinero de la cuenta, no tenía mucho en realidad, colocó aquellos papelitos de colores dentro de su billetera y se dispuso a salir. El ladrón, el verdadero ladrón, gritó que le entregaran todo el dinero, la cajera entre lágrimas y sollozos pidió que no la mataran, que le darían lo que él pidiera. Se encaminó hacia el hombre que demandaba el dinero y se paró a su lado, le indicó que era mejor si se iba de aquel lugar y abandonaba la idea de robar el banco, el ladrón sin poder creer aquello le puso la pistola en la cabeza profiriendo unos cuantos insultos, de nuevo le pidió que se fuera del banco, que hasta él mismo lo acompañaba y le compraba el almuerzo. El anti-social ya desesperado le dio un ultimátum, y justo cuando se aplomaba para disparar la alarma del banco sonó, tomó de la mano al ladrón y se lo llevó hacia la calle, le entregó su dinero y le dijo que se fuera. El ladrón aún sin poder dar crédito a lo sucedido trató de explicar sus razones, el hombre tenía las de él, todos tenemos algunas, y por eso nunca estaremos de acuerdo.
Se fue a su casa en donde luego de tomar un largo baño con agua hirviendo se afeitó y se vistió con un pulcro traje italiano. Se miró al espejo y vió lo que siempre había visto, ni un solo cambio, es solo que no aprendemos a mirar lo que en realidad hay que ver. Después de revisar que todo estaba en orden se puso en marcha, los zapatos negros brillaban en contraste con la luz de aquel iluminado salón de fiestas, la algarabía propia del momento se confundía con la cotidianeidad de cada ser viviente, los colores cansados de su tono suplicaban que les fuera permitido cambiar, es que hay momentos en donde hasta a la poesía le da pereza rimar. La fiesta andaba sobre ruedas, tal cual se planeó cuando se sentó a su lado aquel banquero temerario, después de un simple saludo, y al ver que no existía ninguna reacción le informó que los mercados capitales se habían venido a menos, irrecuperables, una avalancha de destrucción nunca antes vista, todo, todo regado por el piso, la mera ilusión de un descanso eterno venido a menos, sin esperanza se vive, pero la espera se hace larga. Sacó su billetera y le entregó el último papel que ella contenía, sonrió y se paro de la mesa, sin siquiera levantar la mirada salió sin que nadie lo notara, para que te vean debe haber una razón, si la perdiste pues no tienes perdón
Decidió caminar hacia su aposento, había sido un día largo, aunque nunca había entendido aquel concepto pues todos, hasta donde él sabía, tenían veinte y cuatro horas, a lo lejos vió unas luces de colores, escuchó las sirenas y se encaminó. No tenía nada que hacer, nadie le esperaba, decidió husmear y vió los pedazos de metal retorcido, cada quien busca lo que quiere, todos encontramos lo que nunca hemos deseado. De pronto un oficial de la policía se le paró al frente y sin mediar palabras le colocó las esposas en sus muñecas. Sin entender pero dispuesto a complacer se limitó a sonreír y esperar. En aquella buseta y rodeado de desconocidos lo paseaban por la ciudad, las amenazas no faltaban, las acusaciones volaban. Entendió al fin que de una manera u otra vamos pero no venimos, se trata de ir y no volver. En la central lo recibieron a patadas y empujones, después de pasar un rato allí sentado, vejado, disminuido, entró a aquel cuarto mal oliente y feamente pintado un hombre mal encarado, tu no le tienes miedo a la maldad policíaca? se limitó a decir, en ese instante otro se acercó y le susurró algo al oído, el hombre le quitó las esposas y le dijo que se fuera, un error o algo así murmuró, las razones las buscamos, sin encontrarlas agonizamos.
Sin sudar ni una gota ni pensar en lo sucedido caminó tranquilo por aquellas avenidas y calles, la noche estaba bien entrada y apenas quedaban rastros de aquel día en el reflejo de la ciudad. Por un instante pensó en quedarse allí para siempre, estático, plasmado y confundido entre las ruinas del quehacer mundano, es lo mismo si estás y no notan si te vas. Su esposa estaba de viaje, si no hay diferencia no hay motivos para la paciencia. Entró al apartamento y escuchó unos ruidos que llevaba tiempo sin reconocer, allí en la sala su otrora amigo y su esposa jugaban plácidamente a aquel juego del cual siempre deseó escapar, cada quien cruzó las miradas necesarias del caso y el par de tórtolos comenzaron una explicación encadenada de aquellas razones que siempre debemos brindar, luego de un silencio ensordecedor, la esposa se plantó y le pidió que se fuera de la casa, que ese no era su hogar, que allí no pertenecía y no debía estar, ni siquiera la soledad de aquel momento sombrío lo hizo rechistar, sonriendo tomó de nuevo su saco y a la calle se echó a andar.
Durmiendo en un banco de aquel parque soñó como hacía todos los días, aquella mezcla de razones y motivos que nos acarician mientras no vemos. La pesadilla entró con rapidez y parecía no tener ganas de alejarse, se tornó violenta y misteriosa, un caudal de situaciones del pasado pero que no eran otra cosa que el presente, ese pequeño instante para pasar al futuro, un futuro que logró ver desde siempre pero que quiso encarar en carne propia. Se ensañaban en contra de su ser, aquella voz que siempre susurraba sus razones repetía con constancia y placer las verdades que se alojaban en su interior, una a una, poco a poco, sin piedad ni misericordia, esperando el momento preciso para llevárselo todo, ha llegado tu hora, es acaso que no la estabas esperando?, abrió los ojos y se encontraba tan tranquilo como la noche anterior, como el día anterior, como su vida anterior.
Un niñito que esperaba el autobús para comenzar su día preguntó “señor, a usted no le da miedo dormir aquí solito sin sus papás?, en ese momento recordé que solo me tengo miedo a mi mismo…