Voy a trabajar en moto todos los días menos cuando llueve. Esos día me muevo en taxi o en autobús. Lo normal es que use el autobús salvo cuando deja de llover a media mañana en cuyo caso me voy al mediodía a comer a casa en taxi y vuelvo al trabajo, por la tarde en moto. Aquel día no me di cuenta que llovía hasta salir de casa y como era muy tarde cogí un taxi. Al mediodía no llovía pero la previsión era que a partir de las cinco volverían las lluvias por lo que decidí irme a comer al Viena. Así fue que por la tarde salí de la oficina y me fui a coger el autobús. Hay varias paradas cerca pero siempre voy a la más cercana a pesar que no tiene pantalla para indicar el tiempo de espera. Estaba yo mirando una app en donde puedes ver las líneas que pasan por la parada y cuánto tiempo tardará en llegar el siguiente autobús cuando alguien me habló:
— ¿Le molesta hablar con gente de otras culturas? —me preguntó la voz
Sin hacerle mucho caso le contesté que no, que no me molestaba. Realmente pensaba que era un pedigüeño usando un método diferente para conseguir dinero.
— Por favor no me grite — oí que me decía. Lo cierto es que con la edad, y sobre todo con el ruido de la ciudad tenía cierta tendencia a gritar.
— Lo siento — le respondí.
Entonces fue la primera vez que le vi. Era un magrebí, posiblemente de Marruecos. Más bajo que yo. De unos treinta años o posiblemente menos. Vestía unos tejanos azules, un jersey marrón y una cazadora gris. llevaba en la mano una carpeta en la que no pude leer lo que ponía en la misma.
— La gente es muy racista aquí en Barcelona— añadió.
— No me lo parece. Creo que lo es mas en Francia o en Inglaterra — contesté tirando de tópico.
— Está usted muy equivocado. La gente aquí parece una cosa pero cuando la trata se ve que son muy racistas — y se dio media vuelta para irse.
Le seguí dos pasos puesto que yo no había dado por terminada la conversación.
— Usted lo sabrá mejor que yo— le dije. Al oírme se giró y clavó su mirada en mí
— Si, lo sé mucho mejor que usted y créame lo que le digo — y se fue Rambla de Cataluña arriba.
Al poco llegó el autobús y me subí en él. Durante el viaje no dejé de pensar en su mirada, profunda, llena de amargura y de odio. De una amargura y de un odio forjados y alimentados durante años.
Poco a poco me fui olvidando de él hasta que un día vi por la tele la noticia de que un musulmán había atropellado con un camión, sistema habitual últimamente, a varias persona en Limoges dando muerte a tres y dejando graves a siete u ocho más. Pusieron la foto del terrorista y por un momento vi la cara del magrebí que me había abordado en plaza de Cataluña hacía tres o cuatro semanas. Aunque no se parecían en nada su mirada era muy parecida a aquel. Me lo imagine por un momento abordando a un ciudadano francés en la parada del autobús en Limoges y preguntándole:
—Est-ce que cela vous dérange de parler a des gens d'autres cultures?