Revista Literatura

Xenofobia

Publicado el 19 noviembre 2011 por Salvador Gonzalez Lopez

Ghalib estaba contento. Había salido a celebrar con su gran amigo en la emigración Adel que había conseguido hacía una semana trabajo de contable. Era ya muy tarde, más de las tres, y caminaban aún alegres por una de las estrechas calles del Raval sin saber cuál, pero sin preocupación alguna pues siempre acababan encontrando el portal de su casa. Al girar la calle vieron a unos veinte metros un par de españoles, pelo corto, cazadoras de cuero, pantalones tejanos. No los distinguían con demasiado detalle pues la luz a pesar de no ser escasa tampoco era generosa. Ghalib redujo instintivamente el paso y sintió en la piel el escalofrío que había sentido otras veces.

Víctor le iba diciendo a Justo lo bien que se lo había pasado en aquel bareto de la calle San Ramón a donde los habían invitado unas tías que habían conocido esa misma noche y a las que habían perdido en la multitud y la penumbra a la media hora de entrar. No le había importado nada pues no faltaba diversión y a ella se dedicaron. Al salir, casi a las cuatro de la madrugada, fueron deambulando intentando llegar a las Ramblas cuando de improviso dos moros aparecieron por el siguiente cruce, no lejos de ellos. Víctor miró a Justo notando que éste estaba tan nervioso como él. Ojo, le dijo. No era racista pero no le hacía ninguna gracia encontrarse a dos moros a esas horas en la soledad de estos barrios.

Ghalib se puso en guardia y pensó en las historias que le habían contado amigos acerca de skins que salen de noche buscando extranjeros, preferentemente moros o sudacas, para apalearlos. A pesar del miedo decidió seguir adelante en contra de su cuerpo que le movía a salir corriendo. Buscó con su mano la navaja que llevaba siempre en el bolsillo y al encontrarla se sintió más tranquilo.

Víctor seguía sin quitar la vista de los moros que cada vez estaban más cerca de ellos. Sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo erizándole todos y cada uno de sus pelos. Era un miedo absurdo que no tenía ningún sentido pero, y a pesar de ello, agarró con fuerza su móvil: era lo único contundente que llevaba encima. Con él en la mano siguió andando sin quitar la mirada de los dos que se acercaban.

Ghalib repasó de arriba abajo el aspecto de los españoles. No le cabía ninguna duda que eran dos skins, solo faltaba el detalle de las botas de piel que se podían ver, no enteras, por debajo de los pantalones. Se preparó para la pelea apretando fuertemente los dientes y pegándose codo con codo a su amigo.

Víctor miró de reojo por última vez a Justo antes de estar frente a frente de los moros. Notó que los músculos de su amigo estaban tan tensos como los suyos y que por su cara, libre ya de la somnolencia provocada por el alcohol y por el propio sueño, aparecían pequeñas gotas de sudor. Sacó la mano transformada en puño del bolsillo dispuesto a la pelea.

Ghalib y Adel estaban ya enfrente de los españoles. Notó que el miedo se había transformado en ira. Se paró un instante y al notar la expresión de odio en la cara de los otros dejó que su cuerpo actuase y empezó a correr, huyendo por el mismo sitio por el que habían aparecido los españoles.

Víctor tenía enfrente suyo a los dos moros que se habían detenido. El también se paró. El aspecto de sus enemigos era amenazante y en el momento en que estos se abalanzaron sobre él, huyo hacia adelante corriendo como nunca lo había hecho en su vida.

Ghalib paró después de correr unos cien metros y miró hacia atrás. No había nadie. Se sintió aliviado. Pensó que se había librado de una buena y que mañana contaría en la oficina que unos skins estuvieron a punto de darle una paliza en el Barrio Chino.

A Víctor lo pararon sus pulmones cuando le dijeron que ya no podían más. Se recuperó unos largos segundos, doblado con las manos cogiendo sus rodillas. Una vez más tranquilo comprobó que estaban en las Ramblas y que la amenaza había pasado. Nota del autor: Ghalib significa en árabe Victor y Adel significa Justo Safe Creative #1204061432162


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