Siempre tuve la sensación de que alguien me leía con cierta impaciencia progresiva, como si tuviera la certeza, de que escribo puros fragmentos que ensamblo entre sí, para formar un texto completo que no empieza ni termina.
Imaginemos que, en un principio, leemos con una respetuosa concentración como para entender lo que se dice, después comiéndonos las uñas, al no conseguir el entendimiento, y finalmente con la boca contraída, como un culo, porque lo que no entendimos, no nos gustó.
Si hay algo que aprendí, es que nos tomamos las cosas según nuestros propios sentimientos. Quiero decir, que la interpretación depende, también de cómo queremos tomar lo interpretado.
Borges dijo, y muy bien hizo al decir, que si no te gusta algo, no lo leas. Hacerlo es estúpido. Perder el tiempo en el displacer de leer una basofia con ésta, lo es. Habrá quien piense lo contrario. Lo sé.
Por eso es que yo, nunca fui de imponer mi presencia, ni mis letras, y seamos sincer@s, nunca le pedí a alguien que me lea, y menos que me visite, y que vuelva o revuela a donde no se invitan a nadie, o donde hacen caso omiso a su personal y particular sentido de la estética sobre la literatura y la vida.
Aquí no le espera nadie, ávido lector de buen gusto y poesía colorida. Está vacío. Y este vacío no tiene anhelos de alguien. No se sienta atad@ a mi peculiaridad sombría, si es que lo es. Y sino, tampoco. Nada más lejos de mí, que usted me lea a duras penas; si l@s dos carecemos de obligaciones; yo de escribir lo que a usted le gusta y usted de leer lo que yo escribo.