Revista Ilustración

XXVII. ELLOS, VOSOTROS, NOSOTROS. Protege tus sueños.

Publicado el 13 mayo 2016 por Lasuelta

Ana no podía apenas caminar, le pesaba la barriga, le pesaba Anita, se le clavaba en las ingles, caminaba como un pato con las dos manos cogiéndose la barriga, como si con ese gesto fuera a pesarle menos. No se veía los pies y tenía que doblarse para abrocharse los cordones de los zapatos. Javi le ayudó a entrar en el coche, a salir del coche. Javi, ¿qué haría sin él?

Paró un segundo antes de entrar en el bar. No sabía lo que iba a encontrar allí. Había imaginado ese momento y lo había desechado mil veces. Quizás no estuviera. O quizás sí. Tal vez la rechazaría. Pero y su panza. Lo deduciría. O habría de decírselo.

    Venga va. No te lo pienses más. - espetó Javi. Más nervioso quizás que ella.

Entraron en el bar. Estaba prácticamente vacío. Había una chica sentada en la barra de espaldas... y él de frente cogiéndole las manos. El corazón le dio un brinco al reconocerle. Era él, Mario. No había cambiado. Seguía igual de tremendo que siempre, esos ojos, ese pelo despeinado. Se le encogió todo, la boca del estómago se cerró, el corazón le iba a mil. Por Dios, ¡qué ganas de comérselo! Él aún no la había mirado. No sabía que estaba allí. Paro un instante. ¡Qué instante...! quería quedarse allí, en la antesala de lo que sucediera. Entonces Mario levantó la mirada. La reconoció. Y su cara cambió a estupefacción. Después a sonrisa. Y la ilusión hizo el resto.

Mario soltó de las manos a la chica, se levantó y fue hacia Ana.

Estaba sorprendido, no podía por menos que alucinar. Se acercó hacia Ana y quedó en frente de ella.

Hay momentos en la vida que no hemos vivido, pero que reproducimos en nuestra imaginación una y mil veces, creamos el diálogo, lo que diremos, hasta lo que sentiremos y podemos llegar a imaginar lo que llevaremos puesto(esto es más de mujeres). Creemos ver la carita de la otra persona. Podemos hasta sentir su olor. Hay situaciones que queremos que sucedan. Esperamos que sucedan. Lo deseamos con todo el dolor de nuestro corazón. Pero nunca suceden.

A algunas personas esos deseos se les cumplen. Se les materializan. Dichas situaciones a pesar de haberlas imaginado una y mil veces. Consigan que sucedan. Dicen que si deseas algo con todas tus fuerzas las estrellas se confabulan para que tu deseo se cumpla. Simplemente hay que proteger los sueños. Protegerlos y creer en ellos. Ana soñó a Mario. Incluso antes de conocerle. Ana había imaginado a Mario, mucho antes de encontrarlo en la orilla del mar. Ana creía conocer a Mario dos curvas antes de encontrarse con él. Después amarle fue mucho más fácil. Para Ana era imposible no amar a Mario. Cuando Mario desapareció Ana no sintió ni un atisbo de rencor, de rabia o de enfado. Le entendió. Porque le conocía. Porque sólo quería que él estuviera bien. Y le dejó ir. Llevaba a Anita en sus entrañas y eso le daba paz. Pero en el fondo de su corazón sabía que volvería a ver a Mario. Sentía que Mario era para ella. Y algo más lírico, ella sentía que estaba destinada a cuidar de Mario. Ella podía aportarle a Mario la felicidad que le daba pánico encontrar. Ella era su paz. y Mario era su fin. Era así y ningún hecho podía cambiar eso.

Por eso al verle allí. Frente a ella. Ana sólo sintió una paz infinita que la inundó y la calmó. Sólo quería quedarse allí mirándoselo. Mirar era un verbo. Que Mario la mirara era otro verbo diferente.

Sonrieron unos segundos. Él acercó su cara a la de Ana, le acarició el rostro, muy suavemente, bajó hasta el cuello. Y recogió su mejilla, su mandíbula y con el dedo índice y pulgar levantó su mentón.

  • Mudita, tremenda mudita. ¿me has encontrado? Estaba esperándote. Sabía que vendrías.
  • .... - no podía decir nada. Esas palabras la habían inundado de felicidad. No había dicha más gigante que la Ana llevaba dentro.

En ese momento Mario miró su panza. Abrió mucho los ojos y la miró como sorprendido, volvió a fijar su mirada en esa gran panza redonda y viva; ahí fue donde la mente de Mario empezó a atar cabos, a hacer cábalas, contar meses y su cabeza dio con el resultado. Todo quedó en mute, sigiloso, sin un movimiento. Mario levantó la mirada con los ojos estupefactos, brillantes y emocionados, se habían inundado de lágrimas, Mario maduró y creció diez años en un microsegundo. Y en apenas un hilo de voz preguntó:

  • ¿es mío? - le temblaba la voz. No parecía Mario. Laura desde su sitio lloraba de emoción. Se alegró infinito y sinceramente por Mario. Le pareció que a instantes la vida sí merece la pena vivirla. En este caso ser testigo de tanta magia. Y que Mario quizás necesitaba eso más que cualquier otra cosa en el mundo.
  • Sí. - respondió Ana. Dos lágrimas bajaban por sus mejillas. La emoción le había desbordado el alma. Su niña rebelde y huidiza pedía quedarse allí con ese hombre por el resto de la eternidad. La niña que llevaba en su vientre era de Mario y él estaba feliz de reencontrarla. ¿qué más podía pedirle a las estrellas?
  • ¿por qué has tardado tanto en venir a buscarme? ¿de cuánto estás? ¿lo has pasado mal? ¿te hace falta algo? ¿Necesitas algo?... - Mario quería saberlo todo. Pero lo más misterioso para Mario, un sentimiento de protección, de responsabilidad, de compromiso y de entrega se despertó en él. Un sentimiento extraño y ajeno a él. Pero que le reconfortaba saber por primera vez en su vida lo que debía hacer. Le recubría satisfacción saberlo, sentirlo así y querer hacerlo: Lo más importante. Entonces paró y le preguntó:
  • ¿puedo tocarla? (la panza). - preguntó un Mario temeroso.
  • Por supuesto, ven, mira. - Ana cogió la mano de Mario, se la llevó a la panza y por el otro lado molestó a Anita para que se moviera, inmediatamente Anita pegó una patadita firme y llena de vida. Mario rompió a llorar. Se vino abajo. Se acercó a Ana y le beso los labios. - ¿cómo he podido permitir que todo esto lo hayas hecho tu sola? ¿has estado sola?
  • Bueno, no, un amigo me ha hecho mucha compañía, Mario, este es Javi. - en ese momento Ana se giró hacia Javi, que se había mantenido a distancia mirando como sucedía todo.
  • Hola, soy Javi. Un amigo de toda la vida de Ana.

ELLOS, VOSOTROS, NOSOTROS.

La Suelta.


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