(Reflexión de la autora Ana Novo sobre la tiranía de los canones de belleza actual y lo que esconden) Los Viernes, cuando me dirijo caminando a mi trabajo cuando “aún están poniendo las calles”, suelo cruzarme con grupos de jóvenes, universitarios en su gran mayoría, que se recogen del botellón de los jueves noche. Aunque normalmente van que no pueden con su alma, esta mañana me ha llamado la atención un trío que hablaba animadamente y del que pude oír, al pasar por mi lado, “tío, es que con el físico y cuerpo que tiene se merece otra tía… ¡que esté más buena!”. Mi primera reacción mental, lo reconozco, fue ¡vaya tela!, pero prontamente recordé mi compromiso de dejar de criticar lo que no coincide con mis creencias, valores o costumbres, y aprovechar la ocasión para cuestionarme lo que veo, leo, oigo o siento ante las personas, circunstancias o hechos de mi vida. Comparto plenamente la máxima de que la calidad de la vida depende de la calidad de las preguntas que nos formulemos. Primeramente, porque tomamos conciencia de nuestras creencias, paradigmas, emociones, límites y miedos y entonces podemos decidir si nos sirven o queremos cambiar. Lo que podemos hacer con total libertad. Estamos en una dimensión física en la que necesitamos de nuestros cuerpos para experimentarla. Y es legítimo y necesario que hagamos todo lo que en nuestras manos esté para que nuestro cuerpo y estado físico nos sirvan lo mejor posible. Sin embargo,en nuestra cultura actual hay una sobrevaloración del aspecto físico, conducente en demasiados casos, tanto en jóvenes como en personas maduras, a disfunciones mentales y emocionales que acaban en enfermedad e infelicidad. El cuidado de nuestro cuerpo, o mejor dicho, de cómo luce: joven, modelado, terso, delgado, es una mina de oro y las empresas que tienen intereses económicos en ello: cirugía estética, perfumes, cosméticos, fitness, dietas, productos adelgazantes… no pierden ocasión de programar nuestras mentes conforme a sus intereses. Y los creemos. Y les seguimos el juego. Nos va el amor, la sensualidad, la aprobación, la riqueza y el lujo en ello. Nos convencemos que un perfume, unos cereales o un aparato nos convierten en irresistibles para conseguir la pareja de nuestros sueños, o la familia ideal, o que nos valoremos y queramos a nosotros mismos. Pero como son promesas vanas lo que dejan en el camino son anorexias, bulimias, depresión, falta de aceptación, retraimiento, autorrechazo… Y cuando la cara bonita se llena de arrugas; lo que estaba en su sitio se descuelga; el peso de los 20 años se duplica a los 50 y los músculos del Rambo de barrio se acumulan en la zona abdominal, ¿qué queda? Un gran vacío que ninguna cirugía ni dieta podrá llenar. Creo que la belleza externa está en los ojos de quién mira y puede tener fecha de caducidad, pero la belleza interna, la que perdura a pesar de los años de vida, a pesar del estado y el aspecto físico de la persona, está en todos nosotros, llenándonos de plenitud y mas aún si la compartimos con el mundo. Cuidemos la belleza de nuestra estima, respeto, valoración, alegría, amabilidad, servicio, empatía y dejemos que los demás la aprecien.Mi respuesta a la pregunta que abría esta reflexión es: una cara sonriente y con brillo en la mirada, reflejo de un interior pleno y un corazón contento, no se pierde nunca y es, verdaderamente, una belleza.¿Qué respondes tú?Ana NovoAutora del libro “Elige tu vida, ¡ahora!”
Y cuando se pierda la cara bonita ¿qué?
Publicado el 16 enero 2012 por Milcoloresenelviento(Reflexión de la autora Ana Novo sobre la tiranía de los canones de belleza actual y lo que esconden) Los Viernes, cuando me dirijo caminando a mi trabajo cuando “aún están poniendo las calles”, suelo cruzarme con grupos de jóvenes, universitarios en su gran mayoría, que se recogen del botellón de los jueves noche. Aunque normalmente van que no pueden con su alma, esta mañana me ha llamado la atención un trío que hablaba animadamente y del que pude oír, al pasar por mi lado, “tío, es que con el físico y cuerpo que tiene se merece otra tía… ¡que esté más buena!”. Mi primera reacción mental, lo reconozco, fue ¡vaya tela!, pero prontamente recordé mi compromiso de dejar de criticar lo que no coincide con mis creencias, valores o costumbres, y aprovechar la ocasión para cuestionarme lo que veo, leo, oigo o siento ante las personas, circunstancias o hechos de mi vida. Comparto plenamente la máxima de que la calidad de la vida depende de la calidad de las preguntas que nos formulemos. Primeramente, porque tomamos conciencia de nuestras creencias, paradigmas, emociones, límites y miedos y entonces podemos decidir si nos sirven o queremos cambiar. Lo que podemos hacer con total libertad. Estamos en una dimensión física en la que necesitamos de nuestros cuerpos para experimentarla. Y es legítimo y necesario que hagamos todo lo que en nuestras manos esté para que nuestro cuerpo y estado físico nos sirvan lo mejor posible. Sin embargo,en nuestra cultura actual hay una sobrevaloración del aspecto físico, conducente en demasiados casos, tanto en jóvenes como en personas maduras, a disfunciones mentales y emocionales que acaban en enfermedad e infelicidad. El cuidado de nuestro cuerpo, o mejor dicho, de cómo luce: joven, modelado, terso, delgado, es una mina de oro y las empresas que tienen intereses económicos en ello: cirugía estética, perfumes, cosméticos, fitness, dietas, productos adelgazantes… no pierden ocasión de programar nuestras mentes conforme a sus intereses. Y los creemos. Y les seguimos el juego. Nos va el amor, la sensualidad, la aprobación, la riqueza y el lujo en ello. Nos convencemos que un perfume, unos cereales o un aparato nos convierten en irresistibles para conseguir la pareja de nuestros sueños, o la familia ideal, o que nos valoremos y queramos a nosotros mismos. Pero como son promesas vanas lo que dejan en el camino son anorexias, bulimias, depresión, falta de aceptación, retraimiento, autorrechazo… Y cuando la cara bonita se llena de arrugas; lo que estaba en su sitio se descuelga; el peso de los 20 años se duplica a los 50 y los músculos del Rambo de barrio se acumulan en la zona abdominal, ¿qué queda? Un gran vacío que ninguna cirugía ni dieta podrá llenar. Creo que la belleza externa está en los ojos de quién mira y puede tener fecha de caducidad, pero la belleza interna, la que perdura a pesar de los años de vida, a pesar del estado y el aspecto físico de la persona, está en todos nosotros, llenándonos de plenitud y mas aún si la compartimos con el mundo. Cuidemos la belleza de nuestra estima, respeto, valoración, alegría, amabilidad, servicio, empatía y dejemos que los demás la aprecien.Mi respuesta a la pregunta que abría esta reflexión es: una cara sonriente y con brillo en la mirada, reflejo de un interior pleno y un corazón contento, no se pierde nunca y es, verdaderamente, una belleza.¿Qué respondes tú?Ana NovoAutora del libro “Elige tu vida, ¡ahora!”