(Fotos: LaNiñaMariposa Tarifa, Agosto 2011)
Y ocurrió cuando nadie les miraba.
De pronto un manto de estrellas les cubría el rostro y sus ojos irradiaban destellos diminutos e intermitentes.
- Pero yo no sé contar estrellas.
- Pues déjame enseñarte, sólo tienes que fijar bien tu visión y desear con fe y pensar en un número que para ti sea mágico. Lo demás se hará solo, sin que te des cuenta.
Soplaba el viento y el olor a mar penetraban por todos los poros de su piel...
Su pelo largo y brillante, a juego con las estrellas, le tapaba el rostro sin querer.
Ella sin pensarlo mucho, le apartó los mechones que impedían ver sus ojos, marrones y sinceros.
- ¿Sabes cuantas estrellas ahí?
- No, no he logrado contarlas, ¿lo conseguiré algún día?
- Por supuesto que sí, sólo tienes que quedarte y aprender del cielo, yo puedo enseñarte.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora tan solo quiero que me abraces.
Y no hicieron falta más palabras, ese abrazo duró lo que se tarda en contar estrellas, lo que se tarda en sujetar la fe para contarlas, lo que se tardar en hacer callar al mar enfurecido con las rocas.