Revista Diario

Y entonces, comenzaron los milagros

Publicado el 09 agosto 2012 por Encantada
Y entonces, comenzaron los milagros
El año 2011 no pudo empezar peor para mí. Nuevamente repudiada por mis padres, temblando de miedo ante la incorporación al trabajo después de un mes de baja, de la mano de unos antidepresivos que no parecían hacerme el efecto deseado y superando el mono de haber dejado los ansiolíticos de sopetón. Ya no esperaba nada. Ni de mi familia, ni de la vida. Mi futuro estaba vacío, algo que nunca antes me había pasado. Además, carecía de un plan B, y tampoco tenía ganas de elaborarlo.
Y entonces, comenzaron los milagros.
El primero vino de la mano de mi prima G, a quien confiaría y confío hasta el más íntimo de mis secretos. Al saber todo lo que me estaba pasando, trató de ayudarme proponiéndome la idea de "tantear" a su familia acerca de la homosexualidad, para ver si, más adelante, podía salir del armario. A mí me pareció bien y a ella se le calentó la boca, así que, lo que empezó siendo un tanteo, acabó convirtiéndose en un outing en toda regla.
Como suele ocurrir, su familia se sorprendió mucho con la noticia. Sin embargo, la reacción posterior no pudo ser mejor. Le transmitieron a mi prima G todo su apoyo, y nos invitaron a mi novia y a mí a merendar.
Evidentemente, aceptamos.
Aquella fue la primera reunión con mi familia a la que mi novia y yo estábamos invitadas. Y la conclusión principal que sacamos de ella es que la vida familiar puede ser normal. Aquella fue una merienda normal, con encuentros y despedidas normales, durante la que se desarrollaron conversaciones normales, y en la que todos pudimos sentirnos, al fin, personas normales.
Es decir, que los milagros existen. Y que no parece tan difícil hacerlos realidad.
El segundo milagro llegó gracias a mi abuela. Sí, habéis leído bien: MI ABUELA. Yo la llamé para felicitarla por su cumpleaños y ella me invitó a comer.
– Pero venid las dos – me dijo. – ¿Cómo? – contesté yo, absolutamente convencida de que había oído mal. – Que vengáis LAS DOS – insistió ella. – ¿Cómo?
Sé que a estas alturas parecía idiota, pero os lo cuento tal y como fue. Lo cierto es que empezaba a sentirme mareada y creía estar sufriendo alucinaciones auditivas.
– Que vengas con tu amiga – sentenció mi abuela.– Que a mí no me importa.
Esto último disipó las dudas que podía albergar sobre la precisión del outing familiar que seguía en marcha. Mi abuela sabía lo que se hacía. Y a quién estaba invitando a comer.
Así que allí nos plantamos las dos. Como a la comida también estaba invitada la familia de mi prima G, nos sentíamos bastante arropadas, a pesar de la impresión de que mi novia y mi abuela se conocieran.
Pero entonces tuvo lugar el tercer milagro. Estábamos tomando un refresco en casa de mi abuela, antes de irnos a comer al restaurante, cuando sonó el telefonillo.
– Ese debe de ser tu tío V.
– ¿QUÉ? Mi tío V, con su mujer y sus hijos. Sin paños calientes y sin avisar.
Ni ellos sabían que veníamos nosotras, ni nosotras sabíamos que venían ellos. Mi abuela nos hizo la tres catorce a todos... pero todo salió muy bien.
Todavía recuerdo a mi tía N, la mujer de mi tío V, sentada en la otra punta de la mesa y preguntándole a una de mis primas:
– Y esta L, ¿quién es?
Y mi prima terminando de sacarme del armario, y yo comiéndome mi revuelto de setas procurando no atragantarme con los nervios, el miedo y la emoción.
Cuando salimos del restaurante, mi tía N se acercó a mí sonriente y, antes de despedirse, me dijo:
– Que sepas que me parece todo muy bien.
Y a mí también me lo pareció. Porque, a pesar de que yo creía que primero debían aceptarme mis padres, y que después de su aceptación podría salir del armario con el resto de la familia, y que necesitaría su apoyo para ello, nada de eso pasó... pero todo salió muy bien.
Porque la vida sigue su propio camino, que no siempre coincide con nuestros planes, y no por ello nos conduce a un mal lugar.
Todo esto pasó hace un año, y a día de hoy estoy encantada de decir que me siento... ¡MUY FELIZ!

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