El otro día estaba preparando el coche para salir de viaje. Después de gastar dos eurazos en lavarlo a presión (jabón y aclarado) y otro euro en la aspiradora (¿Por qué la arena se empeña en pegarse en los zapatos, para luego despegarse y recorrer todo el coche, maletero incluido?) me dirigí a revisar y rellenar la presión de los neumáticos. No veía los aparatos de aire dónde solían estar, pero como necesitaba comprobar que las ruedas estuvieran bien para el viaje, me tragué mi orgullo masculino y pregunté a un empleado de la gasolinera.
-Hay dos, allí y allí y funcionan con una moneda de cincuenta céntimos.
Al principio pensé que me había entendido mal y que pensaba que le preguntaba por la máquina de refrescos, pero su sonrisita mirándome esperando mi reacción me sacó de dudas.
¡Cobraban por el aire! ¡No podía ser! Evidentemente no le di el gusto de que viera mi expresión de perplejidad ni de qué pensará que soy un rata, así que de la manera más natural del mundo le dije un "Ah, vale", y disimulé haciendo que secaba el coche para hacer tiempo hasta que se fuese, pero como no tenía ningún trapo lo hice con la mano.
En cuanto le perdí de vista, subí al coche y salí a toda velocidad, incluso derrapando. ¡No pensaba pagar por el aire! Iba en contra de mis principios y de mi moral. No pensaba alimentar esta sociedad capitalista y degenerada que pretendía hacerme pagar por el aire. Iría a otra gasolinera, donde había utilizado otras veces la máquina de aire totalmente gratuita. Llegué, sí, allí estaba. Todavía quedaba gente decente en el mundo y no todo estaba perdido. Aparqué, al lado. La miré. Creo que solté una carcajada tenebrosa. Había vencido a la avaricia, al capitalismo y si me apuras, incluso a Wall Street. Entonces me percaté de que en la vieja y amada bomba de aire había una nota pegada.
¡¡¡Noooooooooo!!!
FUERA DE SERVICIO, ponía.
No llegué a poner el pie en el asfalto. Arranqué. Había otras gasolineras cerca de allí. Llegué a la siguiente. Había una cola enorme. El litro estaba cinco céntimos más baratos que en las otras. Me alegró saber que todavía había gente que pensaba en los demás. Al final vi el letrero enorme "Aire/Agua". Estos eran de los míos. Me acerqué despacio con miedo. Otro cartel: "AVERIADO"
Tenía que ser una conspiración, un complot. ¡Hijos de...!
Fui a otra gasolinera. Allí estaban unas máquinas nuevecitas, con un montón de instrucciones y unas monedas dibujadas junto a una ranura.
¡Malditos bastardos!
No se saldrían con la suya. No revisaría los neumáticos. No, eso no, era una cuestión de seguridad. Entonces iría hasta la oficina, había usado no hacía mucho la máquina del aire y era gratis, seguro que seguía siéndolo. Apunto de coger la carretera nacional recuperé la cordura. Yendo de una gasolinera a otra seguramente había gastado ya más de cincuenta céntimos en combustible y el ir a la otra me costaría más todavía y lo más probable es que también lo hubieran cambiado o estuviera estropeado. El capitalismo ganaba. Wall Street ganaba. Derrotado y resignado volví a la primera gasolinera.
Paré el coche junto a esa nueva máquina infernal y recordé la profecía: "Llegará el día que nos cobrarán hasta por el aire" (era una profecía, ¿no?).
Ese día había llegado.
Leí las instrucciones varías veces con detenimiento. Tenía que echar cincuenta céntimo s y dispondría de dos minutos y medio para comprobar y llenar las cuatro ruedas. ¡Sólo dos minutos y medio! Pero ¿cuánto se tardaba en hacerlo? La gratuidad de mis experiencias anteriores me había dado todo el tiempo del mundo para hacerlo sin tener que valorar la duración de cada carga de aire. Tracé una estrategia: quité todos los tapones de las ruedas. Después hice un ensayo corriendo con la manguera de un neumático a otro para valorar posibles obstáculos e imprevistos. Estaba preparado. No sabía si lo conseguiría, quizá tuviera que gastar otros cincuenta céntimos para rellenar todas las ruedas, pero ya me daba igual, ojalá se atragantasen tomando el medio café que se comprarían con ellos.
Eché la moneda y el ruido del motor de la bomba de aire me activó. Fijé presión, corrí, enganché la manguera, esperé el pitido que confirmase el llenado de aire. Quité la manguera y fui a por otra rueda. Así cuatro veces.
Lo hice. Lo conseguí. Estaba convencido de que había batido algún récord, no sé si del mundo pero seguro que de España sí.
Puse todos los tapones y todavía seguía saliendo aire. Me dio tiempo a montarme y arrancar antes de que parara el motor de la bomba de aire y entonces pensé en cuánto aire desperdiciado por el capitalismo voraz que se permitía desperdiciar el aire mientras en otros países no tienen. Pensé incluso en buscar al empleado de la gasolinera para ver si me podía llevar en una caja el aire que no había consumido, pero lo descarté, tenía que superarlo, pasar página y olvidarlo todo, a fin de cuentas estaba de vacaciones, era tiempo de descansar, de disfrutar, de relajarme...
Aunque lo he intentado, todavía hay noches, de madrugada, que me despierto como si me faltase el aire.