Esa expresión, tan manida en el día a día, tan usada para referirnos a la consecución de hechos difíciles sin haber sucumbido al error, al desaliento o a la caída, toma totalmente sentido en la cárcel. Y lo toma porque es importante hacer lo que quieras, hacer lo que debas “y no morir en el intento”. Porque si te mueres, vaya putada que le haces a los tuyos, tanto a tu familia como a tus propios compañeros de celda.
Los había que les gustaba hacerse los sufridores y amenazar al resto de la celda con un posible suicidio. Digo amenazar porque después de que uno se matara en la celda, se abría una investigación profunda para delimitar si realmente había muerto por suicidio o si había sido “inducido” a hacerlo. Un marrón que solía durar semanas. Y tú, mientras, durmiendo en la celda en la que se había matado alguno. Sin cambiar siquiera las sábanas. Pues eso, una putada.
Entre este tipo de presos, recuerdo a Ferrucci. Leo, que era su nombre. Un tonto a las tres al que se le fue la cabeza y la mano cuando su amante le dijo que no quería nada más con él. A golpes la mató en el aparcamiento de un Ikea. Aquí tenéis más información:
http://roma.corriere.it/roma/notizie/cronaca/10_luglio_10/arrestato-assassinio-tarantini-1703357765097.shtml
La historia no es tal y como la cuentan en el periódico, pero más o menos. El caso es que Leo lloraba a diario porque su mujer no venía a verla. Vaya cabrón. Lógico que no fuera, no?! Alguna que otra vez me pidió que tradujera al español las cartas que él le escribía. Su mujer, boliviana, no entendía muy bien el italiano. Por mero interés antropológico, accedí a hacer las traducciones. ¡Vete tú a saber cuándo iba a poder saber tan de primera mano qué le escribe un asesino a su mujer!
Entre llanto y llanto por la ausencia de su sufridora señora esposa, Leo amenazaba, siempre entre lágrimas que si al siguiente día de coloquio familiar ella no venía, se suicidaría. La quinta vez que lo hizo infló los cojones de sus compañeros de celda. Entre todos lo agarraron, le rodearon el cuello con una sábana y le colgaron de una de las rejas de la celda. “Una lágrima más. Ese es el camino que te separa de morir realmente. Si dices que te vas a suicidar, hazlo. Déjate de marearnos a todos”.
Leo tuvo que pasar mucho miedo, porque nunca se le volvió a escuchar quejarse de nada. Se le veía ir y venir por el pasillo, con la cabeza agachada siempre y con unas chanclas color naranja butano. Para nosotros era el “asesino que pasa desapercibido”. Para nosotros era Leo. Uno más del que reírse. Antes o después os explicaré las ideas de bombero que tenía.