Terrassa, 4 de septiembre de 1978
La primera vez que vi a Julia, tenía la cara sucia. De las comisuras de sus labios resbalaban dos gotas de helado que intentaba recoger con la ayuda de una servilleta de papel. No pude apartar la vista, absorto en la boca que acariciaba la servilleta mientras una lengua rosada y húmeda lamía los restos de cacao que se resistían al trozo de papel.Así, con estas palabras y pendiente de las sucesivas correcciones que vendrán a partir de ahora, comienza la que es ya mi cuarta novela finalizada.
A diferencia de las anteriores, ésta no ha requerido mayor documentación que mi propia experiencia, mi memoria y mi imaginación. Esta vez no me he adentrado en una cultura extinta, ni en una trama de acción más allá de la que pueda haber en la vida de una persona como cualquier otra e intentar responder cosas como qué sería nuestra vida si hubiéramos tomado tal o cual decisión en su momento, cómo se sobreviven los errores, las fantasías no cumplidas, la emoción de lo conseguido y la angustia de lo que pudo haber sido...
Desde hoy además, comienza una nueva etapa en mi vida pues por primera vez desde que cumplí dieciséis años no tengo un trabajo estable (de hecho ni estable ni inestable si consideramos trabajo como algo remunerado) y voy a dedicarme a corregir esta novela en la que algunos días tengo muchas esperanzas depositadas y en otros le metería fuego.
Como adelanté hace unas semanas en un post, apenas hace unos meses que cumplí mis primeros cincuenta años y sin ánimo de ser agorero, mal fario, ni nada por el estilo, lo cierto es que cada vez queda menos tiempo para llevar a cabo los sueños, para arrancar nuevos proyectos, para disfrutar la vida desde otra velocidad, o mejor dicho, por carreteras diferentes en nuevos escenarios. No quiero decir con esto que haya una edad máxima para emprender, por supuesto que no, pero es evidente que a más tiempo se ha vivido menos queda por hacerlo y que la llamada del corazón sólo puede resolverse de dos formas, respondiéndola o ahogándola.
Nadie sabe cuál hubiera sido el resultado de las decisiones no tomadas. Nadie sabe qué sería de su vida si en aquel momento preciso hubiéramos dado otra respuesta, ¿cómo saberlo?, pero sí hay algo que la mayoría de adultos experimentamos en uno u otro momento de nuestras vidas y es la rotundidad de las corazonadas, la sapiencia inexplicable de que debemos tomar una u otra decisión sin motivo aparente, ..., impulsos del corazón que muchas veces la razón, la prudencia o el miedo se encargan de aniquilar y que en estos momentos de mi vida quiero tener el valor de seguirlos.
Son muchas las ilusiones depositadas en esta nueva etapa, y la novela es una de ellas. Espero estar a la altura.
Gracias por estar ahí.