Empezamos a ver como en muchos países comienzan la fase de desescalada de la cuarentena, evidentemente en orden inverso a cuándo la empezaron, lo cual implica que algunos todavía deberemos esperar un poco para llegar a esa fase.
La palabra desescalada tiene un origen claramente montañero, y la montaña o el alpinismo, así como los todos los deportes de resistencia, maratón, pruebas ciclistas de largos recorridos, natación en aguas abiertas, e incluso las caminatas de muchas horas tienen en común que enfrentan a sus practicantes a un momento temible que va más allá de la resistencia física, y que no es otro que poner en valor la realidad de nuestro entorno, de nuestra vida y de cómo hemos escogido vivirla. Es un momento en el que de golpe la mente aparta lo vano y se centra en lo que de verdad importa. Nadie que ande corriendo una maratón por el kilómetro treinta o que lleve cinco horas de caminata se acuerda de si tiene un Porsche o si viste las últimas zapatillas la ostia de la reostia en colores fashion. Lo único que te planteas es si tu familia te estará esperando en la meta, si conseguirás llegar, si vas más o menos entero de lo que esperabas y si el esfuerzo que has hecho para llegar allí ha valido la pena.
Fuera de las personas que han sufrido el drama de la enfermedad o de los que han perdido un pariente, un amigo, una persona querida, así como por supuesto las personas que se han visto obligadas a encerrarse con el enemigo, mujeres con maridos maltratadores, niños con padres o parientes pedófilos, desgracias familiares que las hay a puñados, y que tampoco eran felices antes, me pregunto si nosotros, los que quedamos, éramos realmente felices.
Dicen que el necio mira al dedo cuando le señalan la luna, yo digo que el necio mira el dedo cuando le señalan un espejo. El necio se refugia en las estadísticas de los periódicos, en el ruido de la confrontación política, en lo que sea que no le pertenezca con tal de no mirarse al espejo.
Por eso me pregunto si tras estos días de comprender que necesitamos mucho menos de lo que pensábamos para vivir, de que lo superfluo del maquillaje y la vanidad del atrezzo no valen para nada, nos habrá servido para valorar nuestra vida anterior. Si seremos capaces de juzgar si el esfuerzo realizado para llegar a donde estábamos había valido la pena o no, si tendremos el valor para reconocer que muchas de las cosas que hacíamos eran por inercia aunque no nos aportaran nada, si pondremos en la balanza la pareja, los hijos que hemos criado o si seremos capaces de volver a interesarnos por el trabajo que teníamos, incluso me pregunto si tendremos el coraje para enfrentar si el lugar donde hipotecamos la vida para comprar un pedazo de techo nos agrada.
La desescalada consiste en bajar de la cumbre para llegar de nuevo al llano, sin embargo, cualquier montañero sabe que cada paso que nos alejamos del camino durante la bajada nos conduce más lejos del punto de partida. Siempre hay el riesgo de perderse, claro, pero cuando la montaña es metafórica ese riesgo es muy pequeño en comparación con la estupidez de no aprovechar esta oportunidad para mirarnos al espejo y decidir, con la mente consciente, si antes de esta situación éramos felices y lo más importante, si realmente tendremos el valor de serlo cuando todo esto pase.