Revista Diario

¿Y si todo hubiera empezado con un abrazo?

Publicado el 24 julio 2013 por Jordi_diez @iamxa
¿Y si todo hubiera empezado con un abrazo? El pabellón de la Mar Bella es un espacio multiusos perteneciente al Ajuntament de Barcelona en Poble Nou, uno de los barrios colindantes con la villa olímpica que albergó a los deportistas de los Juegos de 1992, en uno de los momentos álgidos en la historia de la ciudad, y de Cataluña, si se me permite hacer gala de mi catalanidad. Un pabellón el de la Mar Bella que, después de haber alojado el debut olímpico del bádminton con reparto justo (o no) de medallas entre Korea del Sur, China e Indonesia, dice Wiquipedia que se dedica a la celebración de diferentes actividades culturales, dispone de pistas para la práctica del taekwondo, del bádminton y de fútbol sala. 
Unos años después de ese periodo tan especial para la ciudad, yo viví uno de los más difíciles de mi vida, preso de una gran duda interna, una profunda depresión y un convencimiento vital de que todo lo que hasta entonces había tenido sentido, sencillamente había dejado de tenerlo. Uno de esos momentos en la vida que podríamos representar en una viñeta de cómic con un tipo dibujado de pie en un cruce de caminos, con la mano izquierda en jarra sobre la cintura y la derecha rascando él mentón de un rostro pensativo, mientras sobre la cabeza aparecería un símbolo de fin de interrogación y los carteles identificativos de los caminos estarían en blanco. Un cruce al que ya se ha llegado después de equivocar varios caminos consecutivos y en el que se tiene el convencimiento absoluto que no se puede volver a fallar porque uno de esos caminos conduce a la salida, pero los otros se adentran en peligrosos bosques, ríos bravos o llevan a un profundo precipicio. 
Conocí por entonces a un grupo de personas increíbles, creo que ya he hablado alguna vez de ellas, un grupo de gente que decidían un viaje pasando un péndulo sobre un mapa. Gentes que no sufrían los terribles males que a mí me aquejaban, y cuyo concepto de vida era tan sencillo de explicar cómo imposible de llevar a cabo, como al final acabé descubriendo por desgracia. Sin embargo en ese momento ellos se mantenían en un mundo de prisas, consumismo, y necesidad de capital para todo, ausentes; parecían estar por encima de la mundanidad que siempre había visto a mí alrededor. Hablaban de cosas extrañas para mí, vibraciones, paz interior, meditación, calma, aceptación, cuando algo no les parecía bien no aparentaban una intención clara de cambiarlo, sino que eran ellos quienes cambiaban para aceptar el rumbo de las cosas.
Aprendí con ellos a calmar mi mente mediante técnicas de meditación, tuve por primera vez un Maestro y una Maestra, a los que todavía consideró con estos títulos y a quienes estoy infinitamente agradecido, conseguí aprender a controlar el caudal indisciplinado y torrencial de pensamientos que asaltan mi cerebro sin descanso, y aprendí a poner en perspectiva la ridiculez de nuestros problemas, incluso de nuestras propias vidas, sobre todo de la mía. Supe entonces que cuando uno se pierde el truco está en quedarse quieto y esperar a que aparezcan las señales porque todos los caminos están llenos de ellas, aunque normalmente no las necesitemos, de todas formas ¿quién necesita leer un cartel cuando sabe dónde va?, sin embargo, una vez perdido, y si paras atención a tu entorno y a tu interior, inmediatamente comienzan a aparecer leves indicios de acierto, pequeños mensajes que te indican hacía dónde has de avanzar, o quizá hacía dónde no has de avanzar, que al final es casi igual de útil. Avisos luminosos que van cogiendo fuerza a medida que tus sentidos se adaptan a esa situación desconocida, como la pupila que se agranda en la oscuridad para definir en objetos conocidos lo que antes sólo eran sombras en la oscuridad.
Poco a poco te vas entrenando y conociendo los mensajes correctos, a adivinar las señales útiles y no confundirlas con las imaginadas, la superchería o la superstición. Aprendes a entender cuando algo es real y cuando no. Con ellos viajé por primera vez a Perú, subí a Machu Pichu, y adquirí una cierta destreza en reconocer los mundos sutiles de los que hablara Machado. En aquel camino plagado de metafísica llegó a Barcelona, al pabellón de la Mar Bella, Mata Amritanandamayi, más conocida como Amma
Apenas un año antes reconozco que habría sido de los miles que hacían bromas sobre Amma, una mujer rodeada de una parafernalia un tanto ridícula e innecesaria bajo mi punto de vista, y que “sanaba” a la gente con sólo abrazarla. Sin embargo no era un año antes, era el año que debía ser y el momento que había escogido para hacerlo, y fui.
¿Y si todo hubiera empezado con un abrazo?Permanecí dentro del pabellón por horas, entre grupos de gente de todo tipo, colgados, “fumaos”, “cumbayas” de toda índole, familias completas, personas mayores, gente con problemas físicos que igual hubieran ido a Lourdes que a la Mar Bella, otras honestas que creían en lo que estaban haciendo, curiosos, escépticos, místicos de gran ciudad, algunos amigos y yo. Horas en las que una cítara nos perforaba los tímpanos mientras esperábamos a que Amma apareciera. Largos espacios que podían amenizarse yendo de compras o visitando los diferentes comedores y bares instalados por la organización, hasta que al fin apareció una señora más bien bajita, un tanto entrada en peso, vestida con un sari blanco y rodeada de músicos, voces aflautadas, girnaldas de flores y más cítaras percutoras. Comenzó entonces una larga fila para recibir los abrazos de Amma mientras alrededor del darsham, como se denomina al acto de los abrazos sanadores, se vendía toda clase de quincalla, desde pulseras a sandalias, fotos, estampas, saris, reliquias que habían pertenecido a la santa, calendarios, vídeos, cualquier cosa tocada por la mano o la imagen de Amma podía adquirirse  a precios aptos a todos los bolsillos en aquel zoco perfectamente organizado. Recuerdo que compré una pulsera de cuentas preciosa…, uno no es de piedra.
A medida que la fila infinita avanzaba y se aproximaba mi turno miré a mi alrededor y el escepticismo se apoderó del momento. Estuve tentado de salir de la fila y volver a casa, ¿qué hacía yo allí?, era ridículo. ¿Qué habría pensado mi padre si me hubiera visto en aquella situación, o mis amigos de “toda la vida”?, sin embargo había ido a verla por algo muy concreto, lo había sentido, tenía la certeza de que su abrazo marcaría algo importante en mi vida, así que me refugié de nuevo en la intuición primera y esperé paciente mi turno. Cuando me tocó, uno de los múltiples asistentes me colocó un pañuelo de papel para que mis ropas no rozaran a la santa, otro me pasó un paño húmedo por la mejilla, me hicieron avanzar un par de metros, me senté frente a ella, Amma soltó a la alma cándida que tenía el número anterior al mío, y me abrazó. En la fila se decían, mientras esperábamos el momento, cosas como que una gran luz se abría después del abrazo, también que Amma recitaba un pequeño mantra en el oído de cada uno y que esa era la llave que nos transportaría en nuestras meditaciones, y muchas otras cosas. Yo no sentí nada, ni siquiera comprendí la frase que me susurró al oído.
Me levanté, le di unas gracias balbuceadas entre dos gorilas hindúes que me apartaron rápidamente para que la santa continuara con su labor de abrazar, y salí víctima de una profunda decepción.
Esperé unos segundos al siguiente de la fila, que en realidad era la siguiente, ya que detrás de mí iba una de las personas que más he amado en toda mi vida, la esperé para ver cómo le había ido con Amma, y cuando la tuve al frente sentí una voz clara que me dijo que ella no era la persona. La abracé con fuerza, lloré sobre su hombro por largos minutos, la besé con todo el amor del mundo y nos fuimos. Esa noche comencé a escribir “La Virgen del Sol”. Nunca supe qué sintió ella, ni qué le dijo Amma, ni creo habérselo preguntado jamás.
Han pasado unos cuantos años desde esta experiencia que jamás había contado, ni apenas recordado, hasta que ayer en la noche se revivió este episodio en mi memoria cuando recibí una noticia que todavía me tiene en el aire, y que no es otra que una alumna belga, de la universidad de Gante, escogió por indicaciones de su catedrática “La virgen del Sol” para su tesina de licenciatura de fin de carrera.
Ella nunca lo sabrá, pero su tesina, mi vida, mi familia, y mi carrera de escritor son la historia de un abrazo, casi con toda seguridad el más extraño de todos los que jamás he recibido.   
¿Y si todo hubiera empezado con un abrazo?

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