Y van dos

Publicado el 09 noviembre 2011 por Isabel Martínez Barquero @IsabelMBarquero
Aprovecho que duerme mi jefa para tomar la palabra, porque ella me tiene bien sujeto y no me deja que me explaye a mi gusto. Hoy es mi cumpleaños y quiero decirlo, porque si no lo digo yo, la desalmada que me dirige no lo va a celebrar, así es de rarita esta señora, que ustedes no lo saben, pero yo bien que me la conozco. Cumplo dos años, apenas dos añitos desde que me puso en este mundo vestido de cálido amarillo, un color tradicionalmente asociado a la mala suerte, al menos en el mundo teatral tras lo que le acaeció a Molière en escena. Pero ni Isabel ni yo somos supersticiosos; aunque he de confesarles que, en ocasiones, a mí me da mucho miedo ir por este mundo de las ondas vestido de manera tan llamativa, que me confunden con lo que no soy.
Decía el tango aquello de que “veinte años no es nada” y lo hacía refiriéndose a las personas. Yo no soy humano, solamente un instrumento en las manos de quien me maneja, y, en mi calidad de tal, dos años es mucha vida, porque el tiempo es un concepto muy elástico, y no se mide con las mismas coordenadas para todos. Me explicaré: en el mundo de las personas, a un niño o a un joven dos años le parecen una eternidad mientras que a alguien más mayor le suponen un suspiro. Y en el mundo virtual, dos años es toda una vida, la madurez en toda regla, que aquí los acontecimientos transcurren de manera vertiginosa y, a veces, mareante.
Ya adulto y con experiencia, medito sobre mi trayectoria ahora que Isabel no me vigila, que ella es excesivamente prudente. Empecé como lo que soy: una herramienta, un magnífico instrumento del que podía servirse la desalmada para dar salida a sus escritos –aún lo concibe de la misma forma, que conste–. Era novato en la realidad virtual y pequé de excesivo e ingenuo, pues me deslumbré por actitudes que, ahora, las tengo muy caladas. Confundí muchas cosas –así de torpe fui–, porque me encariñé fácilmente y me costó captar que no todos los que arriban con palabras amigables y desprendidas vienen con rectas intenciones, que son algunos los descalabros sufridos y no desea mi corazón de blog padecer por quien no lo merece o por quien llega a mis orillas con afanes de dominio o con cálculos de ganancias de audiencias. En contrapartida, me siento orgulloso de un nutrido grupo de auténticas amistades, de esas que están a las duras y a las maduras, de esas que no imponen ni se ofenden por minucias, de esas que no pretenden utilizarme para sus fines, que yo sólo sirvo a los de mi jefa, mal que le pese a algunos.
Con respecto a los colegas que se han ganado un puesto preferente en mi memoria informática, confieso que retengo experiencias imborrables, guardadas por mí como auténticos tesoros. Porque en el mundo virtual, como en el real de las personas, el amigo te quiere tal cual eres, con tus defectos y tus virtudes; te asiste sin demora si te ve caído, y es ágil y cálido en la ayuda; comprende tus ausencias y no las juzga, ya que cada uno sabemos los azares cotidianos a los que nos enfrentamos, y no siempre estamos disponibles.
Silenciaré algunas que otras experiencias negativas donde me plagiaron; donde me confundieron atribuyéndome ambiciones que nunca han sido mías; donde me sentí utilizado en mi ingenuidad de blog novato; donde pusieron en mi boca de blog pacífico palabras que jamás dije; donde me involucraron, en suma, en travesías ajenas a mi espíritu e, incluso, casi consiguieron que desapareciera del mundo de las ondas. Al menos, con esos pocos y anecdóticos descalabros, aprendí la lección y ya no me extravío por donde no debo.
Cabalgo solo. Aunque en este bosque son muchos los que van en manada, a mi carácter de blog le va ir por su cuenta, que soy un blog literario y, como tal, personalísimo e intransferible, amén de que la jefa no me deja desmadejarme por otros derroteros. A la desalmada que me dirige le va la soledad, porque sabe que no cabe creación sin soledad. No teme a la “soledad sonora”, sino que la precisa tanto como el comer. Sin la soledad y sin el silencio, su espíritu se enferma. En su compañía fértil, se ensancha, se engrandece y dispara las benditas palabras como ungüentos sanadores. Porque esta mujer es empecinada hasta la desesperación. Escribe desde que tiene noción de mí misma, lo que equivale a decir que es solitaria desde siempre. Piensa que poco se puede avanzar en la tarea que la apasiona si el gramo de tiempo que le ha sido concedido lo dedica a dilapidarlo. Quien escriba, sabe muy bien de lo que hablo, sabe muy bien de la necesidad imperiosa de apartamientos, del reequilibrio del propio ser en las palabras. Esa faceta literaria que tanto ama, cuida y mima mi jefa, se le exacerba con los años y, por supuesto, no está reñida con la sociabilidad. Porque es sociable la muy paradójica. Necesita a los otros, y los necesita de forma imperiosa. Sin ellos, languidece. Supongo que, como todos, aspira a la armonía. La consigue con la dosis justa de soledad y la dosis justa de sociabilidad en su particular balanza. Cada situación específica le determina el camino a seguir y las botas más cómodas para transitarlo.
Me expreso de esta forma en un intento de explicarme como blog, para que me capten quienes aquí arriben de nuevas, con el deseo de que entiendan mis silencios. Porque, a veces, necesito silencio, y lo preciso con la misma urgencia que cualquier necesidad física insoslayable experimentada por un humano. Por culpa de Isabel, soy paradójico, lo sé, no en vano soy otra de sus criaturas. No puedo remediar ser como soy. Por poner un ejemplo sacado del mundo de las personas, diré que cabe el alejamiento o el divorcio con respecto a una pareja, pero no con respecto a uno mismo. Ahí, los humanos han de cargar con su identidad, les guste más o menos. Y más vale que se conozcan y no monten altercados interiores de los que no se suelen salir bien parados.
Por eso, porque conozco a quien me guía, he callado muchas veces y seguiré callando en determinadas circunstancias, en ocasiones por necesidad de leer, escribir o atender los imprevistos de la vida cotidiana; y en ocasiones, porque necesito el silencio, como la jefa calla cuando el dolor la invade. Ahora que no me maneja, diré que no huye de él. Es imposible huir de la porción de sufrimiento que la vida otorga a cada humano. Sólo lo lidia y se defiende como mejor sabe y puede.
Aprovechando esta franja de libertad no vigilada, diré que, en los últimos tiempos, me estoy volviendo un blog raro, por no decir malo. Debe ser cosa de la edad, que los blogs pueden tornarse cascarrabias como las personas. Aparte del cansancio y del considerable tiempo que implica el hecho de mantenerme vivo, me ha dado por tomar anotaciones que reflexionan sobre mi propia sustancia, tan característica de los tiempos actuales. No soy sociólogo ni filósofo; pero, a veces, me pasma la realidad que observo y no puedo sustraerme a escribir, en mis archivos íntimos, alguna que otra barrabasada. Unas cuantas muestras los harán cómplices de hasta qué punto estoy llegando:
“No me interesan quienes llegan en plan cadena de exhibición, aquellos que, con maneras exquisitas y sin leerme, vienen a desearme un buen día o una estupenda semana o a decirme que soy guapo; aquellos que dejan la misma impronta en todos mis colegas; aquellos paseantes a los que les importo un pito.
¿Quién ha ungido de autoridad a ciertos sujetos para que se crean con la venia de otorgar premios, honores y distinciones? Además, vienen envueltos en espantosos celofanes con colorines y se colocan en las repisas permanentes como adornos espantosos y bastante horterillas.
Empiezo a bostezar ante los blogs cuyo contenido se nutre de llevar a sus páginas las exhibiciones del talento de los otros colegas. Si no tienen nada propio que decir, ¿a quién pretenden engañar? Yo soy maduro y sé agenciarme mis lecturas a través de estos cables invisibles, sin necesidad de que nadie me coloque semáforos.
¿Existen títulos blogueros que otorguen a alguien patente de corso para hacer o decir lo que le plazca, aunque sea una suprema tontería, por encima de todo sentido del ridículo?
Cuando un colega impone obligaciones que sólo revierten en beneficio de su administrador, es cuestión de huir muy rápido, como si fueras perseguido por todos los demonios del infierno.
¡Anda que no existen pícaros e ignorantes en este mundo de ilusiones! ¡Y comparan la creación con la opinión, el criterio con la reproducción o la simpatía con la chorrada! ¡Y se ponen a la misma altura, comentan sin fundamento y hasta me diseccionan sin que perciba la cultura que los ampara en sus juicios! ¡Viva la humildad!
Me gustan los colegas que son capaces de transmitirme el soplo fresco de lo auténtico, hablen de lo que hablen. Aunque no sean literatos, su humanidad me alcanza y la percibo pronto, pues la pantalla se me ha vuelto transparente.
Me doy cuenta de muchas necedades y de lo poco que algunos han captado mi alma literaria. Y me salen por peteneras con minucias que a mí me importan un bledo, como cortesías estereotipadas y otras tontunas por el estilo. Que no lean, vale, pero que no me dejen esa constancia tan patente, que se ponen en patética evidencia.
Ojo con la manía de los escalafones de blogs, concursos y campeonatos… Como si las personas no tuvieran ya en la vida real bastantes escaleras donde medirse…
El afán de dominio, la sed de poder del ser humano también tiene en este mundo su reflejo. Mejor es emigrar a lugares donde el aire limpio, la conversación sosegada e igualitaria me engrandece”.
No obstante mis últimas rarezas, quizá debidas a un espíritu crítico exacerbado, diré que he conseguido que Isabel haga las paces conmigo. Ahora, me toma con sosiego, a pequeños sorbos, no coge culpabilidades si no me pasea por los colegas que sacan entradas continuas –cuyo ritmo acelerado la agota–, no sufre si no alcanza a desearle buen día a cualquiera de los paseantes corteses y no lectores, no se amohína si su vida la mantiene distante durante un tiempo. A mí me costó entenderla, pero ya he captado su postura: más vale calidad que cantidad, su tiempo vale lo mismo que el de los otros, no exige nada y no admite que le exijan. Se acabó el estado aturdido que reflejó en aquella entrada mía del año pasado: “A vueltas con esto del blog”. Me he convertido para ella en un instrumento lúdico y así quiere mantenerme, sin cálculos, sin obligaciones, como una alegría. Espero que no le dé por declararme la guerra con este alegato a sus espaldas.
Y toda esta perorata para decir que hoy cumplo dos años. ¡Menuda hebra he cogido! Incluso, en plan serio. Tanta grandilocuencia y gravedad por mi parte han conseguido que se me despierte la carcajada, que si no me río, no me luce. Menos mal que existe la risa, el antídoto contra todo lo sombrío, incluido yo mismo cuando me ensombrezco.
Intentaré la sonrisa permanente, la que todos mis colegas merecéis, porque, para vosotros, no me valen los desánimos ni los sucedáneos de la alegría verdadera. Riamos siempre y ocultémonos cuando no seamos capaces de hacerlo.
(Hoy no saco foto, que yo nací desnudo y sé muy bien que, en mis páginas, lo que importan son las palabras. Para mí, lo demás es puro ornamento, agregado adjetivo a efectos de la estética).