En la escuela primaria tener aparatos en la boca era lo peor. La gente que los tenía era fea, o se volvía fea. En séptimo grado o primer año del secundario, algunas chicas lindas tenían ortodoncia y nos las afeaba tanto, las hacía hablar raro y las diferenciaba. En esa época se trataba de un alambre que atravesaba longitudinalmente la sonrisa dividiendo a los dientes de arriba en dos.
En la adolescencia una amiga, Daniela, tenía uno de sus dientes ligeramente partido; lo que la hacía irresistible. No era el desperfecto, era su cara y su cuerpo, pero sin esa marca de personalidad, de identidad única, su cuerpo y su cara no hubiesen sido nada. Los humanos nos dividimos en dos a la hora de observar a alguien cuando nos habla o nos mira: miramos a los ojos, o a la boca. Soy de los segundos, los introvertidos, creo la identidad de las personas por su boca. La forma del arco dental, las encías y el color o porción que dejan ver los labios, etc.
A fines de la adolescencia y casi principios de la juventud; el modelo de colegiala americana (sudadera de universidad, dos colitas, chupaleta, etc.) sumó un nuevo accesorio sensual: los brackets: aparatos más sofisticados que regulan el modo de crecer y corrigen la postura de los dientes individualmente. Ya en plena juventud, los brackets se impusieron como moda. Un mundo de bocas fabricadas en serie que sonríen y miran, pero sin gracia. Ángeles de publicidades de dentífricos.
Sólo un mínimo porcentaje de personas los necesitan por cuestiones de salud, el resto son víctimas de un negocio enorme que cuando apareció supo acompañar al descollante deseo estético de uniformidad no solo en la dentadura, sino en el cuerpo y ropa en general. Si los noventa fueron la década de la fusión y la apatía, la siguiente lo fue de las chicas fabricadas en serie. Muchas, incluída mi ex mujer (¿por qué no traerla aquí?) terminaron con una boca perfecta e insulsa como las tetas de actríz porno bajos las luces del set. Son lindas, pero no tienen alma.
He visto a las mejores bocas de mi generación (en realidad de las que vinieron después) arruinadas por haber llevado esta ortodoncia. Porque así como otros ven en los ojos, yo veo en la boca un lugar donde soñar, donde imaginar una persona: un par de colmillitos de mujer puede matarnos de amor. Un diente ligeramente torcido en una bella cara hace que esa persona sea esa y no otra, mejor dicho, que esa belleza lo sea y no otra. La belleza completa (cuerpo y alma) me parece que se refleja en algún detalle pequeño que desafíe la norma. Que humanice, que humildice a esa persona.
Para ellas solo me queda un único discurso: "Me gustás, pero ya no estás en tu boca."