Hubo un tiempo en que yo fui esa Anabel. La que se aburría en una cafetería, la que tenía tiempo para ir a una cafetería a aburrirse. El gesto más bien enfurruñado no lo reconozco, pero supongo que también era mío.En la Torre de Babel (cafetería muy conocida en Cáceres a principio de los noventa) quedaron los rizos, el jersey de cuello vuelto verde botella con algún dibujo alpino, la taza con café humeante, la galleta, la cucharilla, el refresco y el cenicero con tabaco ajeno. La Torre desapareció como aquella Anabel aburrida. Ya no me aburro. No inspiro a ningún dibujante y mucho menos a un poeta.Lo más que llegaré a inspirar será algún verso con ripios el día de la madre. La fase de musa quedo atrás, me convertí en una hormiga convencional y trabajadora. Siempre he sido una caja de sorpresas previsibles.Ya no me aburro. Y lo digo con añoranza, incluso con pena, deseando que ese aburrimiento estudiantil me atacase aunque sólo fuera un rato. Mirar las nubes a través de una ventana, comprobar que llueve y no hay nada que hacer, dar otra vuelta con la cucharilla al café y apoyar el rostro sobre la mano.
Me gustan mucho el dibujo y el poema adjunto, son de mi compañero (en el sentido más hermoso y vital de la palabra) Segun. Recuerdo que me hizo una camiseta personalziada con el dibujo mejorado y letras preciosas, la más bonita que he tenido nunca. En realidad, no debo engañarme, creo que aún seguimos encontrando el momento, de vez en cuando, para "aburrirnos" juntos.