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Ya no me caigo rendondo en el dentista

Publicado el 02 septiembre 2010 por Bloggermam
Ya no me caigo rendondo en el dentistaSi tu padre tiene los dientes mal, tú madre tiene los dientes mal...la genética ese cruel: eres pobre. Y además es altamente probable que tengas los dientes como un desfile de borrachos en mitad de un huracán, más descolocados que Amy Winehouse en una clínica de desintoxicación.
Como habréis deducido rápidamente: soy pobre y mi hermano es pobre también. Es algo que hemos heredado de nuestros padres, una herencia bastante grande sobre todo si tenemos en cuenta que ambos viven. Y no sólo somos pobres, sino que además hemos padecido algún que otro problema dental. Vale. Todos hemos tenido dientes descolocados, cariados, infecciones, muelas del juicio con mala leche...pero ¿tres filas de dientes? ¿eh?
Eso lo hemos debido de heredar de mi madre que alguna vez le salió un diente por medio del paladar o eso le oí decir al National Geographic...llamábamos así a una vecina del patio de luces porque en su casa habitaban todos los animales que pudieras imaginar. De hecho estoy convencido que aquella casa habría servido tanto de laboratorio para experimentar con la lejía del futuro, como campo de exterminio de seres alienígenas.
Como yo soy más ordenado que un alemán yendo a mear, mis filas de dientes son consecutivas, soldadas unas a las otras, de modo que no se nota. Mi hermano, en cambio, es un anuncio de la película Tiburón. Parece que los dientes se los ha esparcido por la boca un epiléptico que sembraba trigo a voleo. Un  día mordió a un niño del colegio y el médico que atendió a la criatura preguntó que cuántas veces había metido la mano en la boca del perro. Yo prefiero meter la mano en un cepo para osos que en esa boca, el dentista también...es que hagas el movimiento que hagas en esa boca: te pinchas. Lo que han tenido que sufrir sus novias...estoy convencido de que mi amado hermano nunca le dijo a una chica "te voy a comer todo...", porque no hay constancia de denuncias.
A pesar de ser muy ordenado y escurridizo, no me libré de ir al dentista. Mi hermano en cambio sí que se libró, defendiéndose a dentellada limpia.
Recuerdo que la primera vez que pisé la consulta tenía cinco añitos y el motivo era hacer desaparecer los dos incisivos superiores centrales (los paletos), porque la segunda fila de dientes venía empujando rapidamente. Y el pedazo bestia de dentista, sin ánimo de ofender al resto del reino animal, se tomó lo de hacerlos desaparecer al pie de la letra. Una de las piezas la consiguieron encontrar debajo de la mesa del carnicero, y la otra desapareció de verdad. ¿No lo creeis? Vale, el ratoncito Pérez tampoco y me puso una demanda. Con el paso del tiempo me acuerdo de ese diente y sueño con que lo encuentro y se lo meto por el culo al cafre que estuvo zarandeándome con los alicates como si estuviera en un número circense.
Fue una experiencia tan agradable que tardé quince años en regresar, pero el muy cabrón no se había jubilado todavía. Eso sí se notaba que con el paso del tiempo había mejorado sus técnias, probablemente había asistido a algún curso de tortura de los jemeres rojos. Esta vez se trataba del canino superior izquierdo (el colmillo de drácula). Estaban saliendo al mismo tiempo la segunda y la tercera fila -la única excepción a mi orden bucal- y había más caos en esa zona de la boca que en el dormitorio de Mesalina. Así que en un alarde de destreza y como si fuera el Sevilla en Mira quién Baila, me puso la rodilla en el pecho, metió otra vez el alicate en mi boca y se puso a zarandearme con energía. La verdad es que estaba en forma para la edad que tenía. Mientras, yo alucinaba, porque parecía que hubiera entrado en esa consulta en patera y que le hubiera dicho que yo era el padre de su nieto, de tres de sus hijos, de sus dos hermanos y de su gato. Seguro que en otra vida le hice alguna putada, pero ya verás, como nos encontremos en la próxima...que me he quedado con tu cara...bueno y tú con mis dientes...
Finalmente todo acabó en un ataque de compañerismo: perdí el conocimiento y cuando lo recobré lo perdió mi madre, cuando mi madre lo recobró lo que habíamos perdido era la pista del dentista cabrón que ya había huido. Otra vez que se me escapó sin su merecido.
No escarmenté de la experiencia con el odontólogo y regresé veinte años después. El sacapiños salvaje se había jubilado, probablemente, porque gracias a un crédito no tuve que acudir a su consulta. Es más, había conseguido alejarme casi mil kilómetros de esa cueva de los horrores...eso sí el olor de la casa de la National Geographic...ah no, es el camión de la basura que está recogiendo otro guiri borracho...
Acudí a una clínica odontológica atenazado por el pavor. Me llamó la atención que todo estaba limpio, que estaba reluciente, que cuando mirabas a alguno de los doctores y enfermeras que deambulaban por los pasillos no se llevaban los brazos a la cara para protegerse de una agresión. Te sonreían, aunque no me extraña que sonrieran después de haberles pagado a todos la hipoteca ese mes... Y no se oían alaridos espantosos, bueno, y si se oían daba igual, porque lo primero que perdí al entrar en la consulta fue el sentido del oído. Lo cual es aterrador, porque  te dicen "siéntese, vamos a hacer una pequeña exploración" y entiendes "despídase, ahora le daré la extrema unción".
Por suerte el tiempo ha avanzado un montón e Ibiza ha proporcionado a los odontólogos todo tipo de drogas para evitar los dolores. ¿has visto a alguien con dolor de muelas en Ibiza? 
Es bien sabido que hay muchas drogas que insuflan valor, quizás por eso mi dentista actual es pequeñito. Aunque es un caso extraño: el que se envalentona no es el que toma la droga, si no el que la administra vía rejonazo en la encía. Supongo que sabe que me puede dominar con un pinchazo y no teme que sea yo el que esta vez le zarandee. Yo  creo que en primero de odontoloigía se les llevan a todos de excursión al Serengueti para que anestesien elefantes de colmillos retorcidos y luego no les impresione ningún paciente.
La primera experiencia fue estupenda, y eso que se arrancó con una sesión de vudú en mis encías con unas agujas y una máquina que era prima del Yoyas, no hacía más que decir con voz metálica "placa, placa" Así que como me dio la risa, debió de interpretar que me estaba gustando, se vino a arriba, agarró el martillo percutor y sacó como un contendor de escombros de entre mis piños. Ahora tengo la sensación de que podría caberme un iPad entre la lengua y los dientes, pero es cuestión de acostumbrarse. Lo bueno es que ahora puedo cepillarme los dientes sin parecer un zombie entre el primer y segundo plato.
Mi vida ha cambiado y estoy muy agradecido a todos los traficantes y a Ikea, que han conseguido que acudir al dentista deje de ser una tortura. ¿Ikea? Supongo que más de uno habrá tenido, como yo, la sensación de ser una mesa de Ikea que estaban montando entre el dentista y su ayudante. Quizás sea por efecto de los anestésicos, pero alguna vez me ha parecido que estaban jugando al twister dentro de mi boca. Mirando hacia arriba con la luz cegadora sobre los ojos podía ver media docena de zarpas pasando por encima de mi... Mano izquierda a muela picada, mano derecha con gancho moflete izquierdo. Yo juraría que incluso había algún pie, pero estoy convencido que eso no es posible por que el dentista loco seguro que se jubiló hace tiempo.
No sé si será por las drogas, el sonido del taladro que me recuerda a Ibiza o que todo el mundo me sonríe, pero creo que estoy pillando adicción a ir al dentista...a ver si consigo ir quitándome.

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