Ya no publicaré

Publicado el 12 octubre 2010 por 4nthony192
A Yeyo (nombre de batalla), porque a veces da risa.Conocí a Ángelo en el colegio. En realidad, no puedo precisar si lo conocí –acaso conocer es saber que existe o saber cómo es, lo primero nomás sucedió entre Ángelo y yo–, pero por lo menos lo vi. No me inspiró nada bueno ni malo, sencillamente vivíamos en paralelo. En aquel entonces yo era un escribidor furtivo, asaltante y macabro, gustaba de las poesías góticas y escribía acerca de la muerte y, lo que es peor, la locura. Pero escribía, al fin y al cabo.
Dejé de escribir en quinto año no bien me vi enamorado (cosas del amor, cosas de la vida); Ángelo también se enamoró, pero yo ignoraba de sus desafueros amorosos, ignoraba absolutamente todo acerca de él. De algún modo, Ángelo y yo nos volvimos enemigos tácitos, como pertenecíamos a salones que competían entre sí, el desinterés y desprecio asolapado embargaba nuestras almas al reconocernos enfrentados.
Volví a escribir después de leer unos libros geniales de Alfredo Bryce, aquella vez intenté hacer una novela pero fracasé. La novela tendría que esperar. Mi fracaso fue consecuencia más por indisciplina que por falta de creatividad; desde entonces me sentí atraído por el cuento, mientras tanto, mi disciplina iría tomando cierto matiz que me ayude a escribir, algun día, la soñada novela. A Ángelo, vaya usted a saber qué fue de su vida en aquellos años cuando el colegio no era más que, para mí al menos, un recuerdo horrible que he intentado eliminar a toda costa. Y no es que me haya ido mal, sino, más bien, no me sentía augusto en un colegio enano. Mis ansias de libertad me hicieron aborrecerlo sin más.
Escribir cuentos ha sido toda una aventura y solamente escribiendo fui verdaderamente libre. Algunos de ellos han sido publicados en revistas de literatura; la pequeña fama que conseguí con aquello que, intuyo, mejor sé hacer –escribir–, me llevaron a la experiencia del blog. Así me hice de un blog que está en desuso desde hace como mil años. Pero también está este blog, donde subo todo lo que me sale mal cuando escribo. (Debo confesar, entre paréntesis, que aquello que siento que me salió bien, lo guardo y no lo publico en ningún blog.) Tal vez la calidad de literatura que está vertido en este blog sea detestable o abrumador, pero, ¿acaso significa que no sea honesta? Los cortos, por ejemplos, casi siempre están basados en hechos autobiográficos, entrañables; pero no perdamos el tiempo para hablar de este blog de la mala entraña. Mejor hablemos de Ángelo, a quien volví a ver en la universidad. Sí, señores, el mundo no es ancho ni ajeno, es pequeñísimo, conocido e insignificante. Ángelo jugaba básquet y yo también. Su tamaño monumental y su robustez me hacían soñar que con él de base ganaríamos cualquier campeonato. Pero jamás tuvimos la oportunidad de competir; no obstante, fueron las canchitas de ese deporte genial que es el básquet, donde finalmente nos volvimos a encontrar, y afloraron, sin duda, aquel rencor sempiterno de las batallas colegiales por ser el salón superior. Pero el tiempo nos volvió tolerante y las circunstancias y el amor por los aspectos intelectuales nos hicieron amigos. Yo escribía, otra vez, furtivamente, en el olvido, en el anonimato y era feliz. Ángelo, sin saberlo todavía, se estaba convirtiendo en prototipo de escritor fecundo e intelectual, y quizá era feliz. Pero, desde que me di cuenta de que, evidentemente, escribir es un trabajo arduo –y yo detesto trabajar–, he decidido no publicar más en este blog hasta nuevo aviso. Esta será mi última publicación, donde no sé por qué ni cómo escribí de Ángelo, mi querido amigo. Tal vez porque espero que él se digne a leer esto y que no se haga el tacaño con lo que sé que está escribiendo. Ya es hora de leerte a ti también, jovencito. Mientras tanto, seguiré en el anonimato, escribiendo esas ficciones macabras y retorcidas que me hacen tan feliz.