Ya pasa triste la tarde
y hasta los cielos se empañan,
con unas nubes sutiles
que de la tierra se alzan.
Abajo quedan los niños
con los juguetes sin alas
todos cubiertos de sueños
y en infeliz algarada.
Cerca y no lejos más niños
soban nariz y pestañas,
por no entender las razones
de sus regalos que faltan.
Dicen que fueron muy buenos
y que cumplieron en casa,
y hasta estudiaron sin fuerzas
para aprobar matemáticas.
Pero no entienden las reglas
de los regalos sin mañas,
con que se premia a unos niños
mientras a otros se tachan.
Yo los escucho en silencio
y hasta me enjuago una lágrima,
porque sé bien la respuesta
y su simpleza me alcanza.
Siento sufrir a los niños
y se entristece mi alma,
aunque quisiera decirles
la realidad, sin palabras.
Pero no puedo, y lo siento,
son esos sueños de plata
donde unos niños reciben
premios de amor y abundancia.
Pero a los otros que sufren,
los que te miran y callan,
los que se estrujan las manos
y te atraviesan la entraña...
¿Qué le diré yo a los niños,
a esas manitas sin nada,
a sus ojitos tan dulces
con las pupilas de nácar?
Quizás, mejor el silencio,
sea feliz cataplasma,
y la respuesta precisa
a la verdad tan odiada.
Porque en Belén vino un Niño
para entregarnos su calma,
para ofrecernos su vida
sin distinciones ni razas.
Pero nosotros, los hombres,
esa verdad limpia y clara,
no la admitimos por cierta
y por sencilla y humana.
Porque queremos ser dioses
y ambicionamos su fama,
sin comprender, que los niños,
son los luceros del alba.
"...Ya pasa triste la tarde
y las gaviotas se marchan,
en este día de Reyes
con ilusiones tronchadas..."
Rafael Sánchez Ortega ©
06/01/14