Nasrudín merodeaba una taberna. No tenía un centavo; además, el vino le está prohibido a los verdaderos creyentes.
El copero del sultán salió del local llevando con atento cuidado un fino botellón de vino.
Ambos se vieron al mismo tiempo.
—Honorable Saki, empezó a decir Nasrudín, ¿podrías darme...?
—¿Darle qué, Mullah?
Pedir vino sería reconocer abiertamente que bebía.
—Darme... un consejo.
—¡Como no! Ve y lee un libro.
Como si hablara consigo mismo, Nasrudín murmuró:
—Oh, no; eso no servirá.
—¿Por qué no?
—Oh...eh...ya probé una vez.