I.
Tullido aparto la guitarra, extingo el candor de las velas. Abajo, tras cruzar el portal, me espera una ciudad afónica en versos, tumefacto por el frío que la envuelve, huérfana, quebrada en la boca de la noche. Un viejo rostro me espera hilando hileras en el aire. Nos adentramos a navegar en ríos de cebada y enredar una madeja de pétreos recuerdos, jalonar anécdotas, atrincherar la palabra frente al mustio silencio. Como suele ocurrir en las noches donde todos huyen de los cementerios que se expanden en nuestras casas, rodamos con las manos refugiadas en los bolsillos para agruparnos con otros rostros, en otros panales vacíos. Se ríen, charlan, exhiben sus cinco sentidos, la razón unida con la lógica y la perspicacia. Y entonces me cuentan los titulares que no aparecen difundidas en las aceras, las historias capaces de hundirme en el cansancio cantado por Pablo Neruda. Son encogidos hombros sus respuestas, una mueca de sinrazón en sus rostros. Y me canso. Me canso de ser hombre porque no quiero ser hombre cuando exponen sus abyectas bicefalias, acometen el delito de atropellar la razón, enmudecer y torturar las virtudes que siempre he defendido en las barricadas del sueño. Me canso de esperar a que Orfeo me rescate de este infierno.II.Estoy ausente. En las paredes retumban artificiales sonrisas y oteo monedas para cegarme. Tengo incluso que pedir prestado y ya, sorbiendo de la botella, apoyado sobre esa mesa de billard, leo los graffittis. Love y justamente al lado, entre animados pero estáticos objetos y seres, Drink to forget. A veces me despiertan y me preguntan los costados por alguna canción o me hacen partícipe de una duda, un chiste, una anécdota. Pero al instante vuelvo a leer los graffittis y a sorber de la verde botella. Curiosamente, no estoy borracho ni (te) he olvidado. Estás presente. Incluso cuando capeo despedidas y soy una sombra encapuchada, cantando hacia mis adentros aquél poema que me agota en este silencio.III.Alguien ha descuartizado a un perro negro. Inculpa a un inocente y se congratula conmigo. Otro me reta a pelearse contra mí, me encesta un golpe en la barriga y lamo el dolor incluso en el sueño. El sol se ha filtrado en mi habitación y mi retina observa que me he quedado dormido con el I-pod encendido. Suspiro, me doblo. Perfumo los habitáculos con el aroma del café y me enclaustro en tan solo oír música, revisar furtivamente el estado de la rotación de este planeta. Y me distraigo en quehaceres...IV....hasta abandonar mi casa. Naufrago en una playa, calco de mi reducto. Yazgo oyendo espejos, sepultando mi toldo para sentir el candor del destello efímero del día. Pero una gélida brisa me despierta y, a cuentagotas, la orilla se desarma hasta quedar prendido en soledad. Y leo frente a un quedo mar que hoy no me habla con sus espumosos labios. Es un silencio pleno y las palabras me cruzan el pecho. En soledad, de pronto, ebrio de todo lo que me cuenta Roberto Saviano -con poesía, frases célebres y de reflexión, con crudeza, con hechos que son parámetros de la verdad- atisbo una tranquilidad. Pese a la ausencia del oleaje, contemplo cómo me rocía el sol un tibio candor. Me abrigo bien y contemplo y reflexiono."La belleza no es un mero rasgo somático, elegancia, luz, atractivo. Es la capacidad para hacer ver lo que uno es. De parecerse a lo que uno imagina, de mostrar lo uno es realmente.", decía Saviano. Mi iris capta tan solo un cuadro, un atardecer. Pero en él contemplo de pronto la belleza de una pareja jugando con su hija de dos años. "¡Pingeon!", dice asombrada, culpando con el dedo índice que la paloma sea paloma. Sonrío. Y pienso que ojalá sean más las personas que defiendan la belleza en tiempos de ceguera, en tiempos infernales.