En esta plaza con forma de huevo, cerca de esa cafetería de nombre tan exótico como sugerente -Yakarta, ¡Yakarta!-, se trafica con brazos, pero también con almas, con sueños... pues en este mundo todo se puede comprar y vender, todo -y todos- es susceptible de ser prostituido.
Terminada la jornada, cuando ya no hay sol, los que hayan tenido suerte regresarán a sus respectivas casas, a sus pisos compartidos, cabizbajos y en silencio, tan doblados por el trabajo que no tendrán ganas de pensar en si era esto lo que imaginaron cuando estaban en sus países. Sólo se preguntarán, supongo, si mañana también habrá suerte, si estarán en racha. Los que no trabajaron en todo el día, seguro que mañana también vuelven a Yakarta, un poco más temprano si puede ser.