La familia lo llamaba Mathew, pero su nombre era Yasir.Hacía bastante tiempo que sus compañeros de escuela lo estaban atormentando, al principio sólo se trataba de insultos: Vete al Bricklane, paqui, cara de curry; pero pronto vinieron los escupitajos, los tirones de pelo y las hojas de su cuaderno de clase manchadas de tinta o pegoteadas con goma de mascar. En vez de calmarlos, la pasividad de Yasir parecía enfurecer más a los otros niños. Miss Clapton no quería meterse, porque aseguraba que eran bromas comunes entre los pequeños de los suburbios londinenses. Nada grave.Pero una tarde lo esperaron en la esquina y lo rodearon. Allí estaban seis de los que más lo odiaban y otros cinco o seis que habían ido para divertirse un rato. Todo comenzó con una palmada en la coronilla, seguida de un empujón en el pecho que desembocó en una lluvia de golpes que le caían por todo el cuerpo. Yasir se agachó cubriéndose la nuca, así soportó la paliza, sin defenderse ni llorar. De repente, el castigo cesó como si uno de los puñetazos hubiera detenido el tiempo. Apenas se escucharon algunas risas y corridas que se perdían en la distancia. Yasir levantó la cabeza, abrió un ojo y vio que, a pocos metros, estaba mirándolo su papá. Nunca había ido a buscarlo a la escuela, sin embargo esa tarde…
Había visto todo.
El padre lo llamó con un movimiento de mano. El hijo se acercó en silencio y en silencio recibió una terrible bofetada. Pero Yasir le devolvió una sonrisa, porque aquel último golpe representaba su triunfo e independencia. Jamás habría soportado que su padre -que no era inglés- lo abrazara.