Yo lo quería

Publicado el 19 diciembre 2020 por Aidadelpozo

Era médico de familia. Pintor a tiempo parcial de paisajes y retratos imposibles. Extravagante, excéntrico y excesivo de carácter. Fumador durante las noches de imsomnio, soñador en tiempo de vigilia. Amante de ofrecer su pecho desnudo a la siempre errada puntería del miope Cupido. Radical en amores y odios, niño grande, pequeño inmaduro. Jugador de cartas con la soledad como compañera de mus. Proclive al delirio y a la tristeza. Vehemente cuerdo a ratos, casi siempre loco.
Mal estilista, con insufribles camisetas como bandera de su propia moda estrafalaria. Bebedor a tragos largos de mal güisqui y peor vino, amante de las manzanas ácidas y del helado de chocolate, sibarita de las tartas de queso.
Yo lo quería. Ya lo creo que sí.
Lo quería cuando lloraba por la perdida de un paciente y reía como un niño por un nuevo nacimiento.
Lo quería cuando se cruzaba con Cupido, le desafiaba a pecho descubierto y este le acertaba de lleno hasta que el corazón se le rompía, pero siempre regresaba a nuestra casa, a nuestra cama, a mi vida.
Lo quería cuando escupía pintura como si fuesen locuras de demente desquiciado, cuando se ponía el pincel en los pies y pintaba retratos sobre lienzos negros o cuando gritaba y salpicaba la pared de su estudio con mil colores para que su drama se fundiera con la estancia.
Lo quería cuando despertaba de una pesadilla llorando como un niño y buscaba mis abrazos para que lo consolara o cuando los buscaba con culpa para que le curara las heridas del corazón.
Lo quería cuando aparecía con una estrafalaria combinación de ropa o cuando acertaba en la elección de corbata y me amarraba la vida entera con ella.
Lo quería.
Lo quería cuando se aferraba a causas sin posibilidad de victoria, cuando reía si perdía una apuesta, cuando ponía el último número de un sudoku o le encontraba sentido a la vida durante un instante.
Lo quería cuando liaba un cigarrillo nocturno y me daba la primera calada, esa que mejor sabe, o cuando me reservaba el primer bocado de su manzana.
Lo quería cuando bebía de mi ombligo y yo del suyo, borrachos de amor y vino.
Lo quería cuando compartía conmigo el motivo de su locura, de su miedo o de su llanto.
Lo quería cuando me regalaba su risa sin moneda a cambio, cuando no paraba de hablar de la vida, de la muerte, de nosotros dos.
Yo lo quería.
Lo quise hasta el último día. Ese en el que partió demasiado pronto y de improviso, pero vi su espíritu flotando en el dormitorio y dirigirse despacito a una mancha de pintura en la pared de su estudio para descansar en ella. Al fin.
No pude despedirme de él.
Son malos tiempos para las despedidas.
Ahora miro esa mancha, la observo cada día y a veces hasta hablo con ella. Me contagió su locura, sin duda, sus ganas de vivir y sus extravagantes pensamientos.
Yo lo quería y aún lo quiero.
Y esto será para siempre.