Hermanos: me acuso gravemente de tentación... Siento la acuciante necesidad de devolver de un mordisco el golpe y la palabra a quien me provoca. Me rebelo contra la impotencia que me impone la elegancia del silencio y el saber estar. Me sujeto a mi silla y cierro mi boca para no debatir y poner en su lejano sitio a quien lo pide a gritos, imitándome...
Hermanos: abomino del Fiel ejemplar que con una mano cuenta las perlas de su rosario y con la otra te aparta la silla. Del cursi que te planta dos besos en las mismas mejillas que luego abofeteará. Del torpe incapaz de ver que el venenito que proyecta le vendrá devuelto de la misma forma. Del que te regala lo que no es capaz de ponerse ni un indio, y aún esperará el agradecimiento.
¡Quién fuera como tú, querido señor X que, pensando exactamente igual que yo, eres capaz de no hacerlo ver ni demostrar! ¡Quién fuera tan diplomático, cortés y equilibrado! ¡Cuánto me queda por aprender!
Sigo flagelándome por mis procelosos deseos, rogando -eso sí- a mis contertulios no se den por aludidos en absoluto: esto únicamente va para quien va. Y no es ningun@ de mis amig@s lector@s... afortunadamente.