Me recomendaba una compañera de trabajo (y además, amiga) esta mañana que me diera de alta en Twitter, la red social de mini-blogs. En España es relativamente joven, pero día a día gana adeptos. Hace meses era un fenómeno aislado, aunque gracias a Facebook me doy cuenta de que esta nueva forma de comunicarse se expande sin freno ni marcha atrás. Incluso muchos la prefieren a la que hasta ahora era la red social por excelencia.
Lo cierto es que desconozco cómo funciona Twitter, aunque me aseguran que todo son ventajas y que entrar a formar parte de la comunidad es fácil y rápido. Aún así confieso que me da un vértido terrible. ¿Y si no alcanzo el número suficientes de followers y me quedo en una cifra ridícula? Claro que, ¿cúal es el número a partir del cual eres un tuitero a tener en cuenta? Por no hablar de la pereza que me da estar tuiteando con relativa frecuencia, porque si no lo haces se supone que es debido a que no tienes nada interesante que contar. Pero el motivo que cobra más fuerza a la hora de mostrarme reticente a ser usuaria de esta red es que no se si me apetece entrar en grandes debates con otros usuarios, y no hablemos de polémicas, ya sean éstas políticas, económicas o sobre temas más banales.
Supongo que no hacerlo me va a dejar out en lo que a redes sociales se refiere, como se quedaría una fashionista que no tuviera en su armario de otoño -al menos- una blusa con lazada, unos mary-janes y una barra de labios de color nude (esta última mejor en el bolso). Y la cuestión es que no sé si quiero estar in...