Hace unos días leí una entrada del amigo Juan en su blog http://ellugardejuan.blogspot.com/2011/11/yo-fui-presidente.htmldonde contaba su experiencia cuando fue presidente en una mesa electoral. Mepareció una buena idea y le pedí permiso para ser una "copiota" y contaros que yo también fuí presidenta.Bueno, presidenta, otra vez presidenta y vocal porque comoya le contaba a Juan en un comentario, tengo la impresión de que en la listaque se maneja en ese organismo en el que se decide quien se sienta en la mesade playa, alguien que me quiere mal o simplemente con muy mala baba, ha debidoponer en bolígrafo rojo una señalita que reza: llamadla, llamadla, que esta estonta. Porque vamos, no me explico de otra manera, cómo es posible que ya vayanpor tres las veces que he cumplido con la patria.De las tres fue la primera, la que llevo dentro del corazón.Rondaba el año 86 y yo acababa de despertar prácticamente a la vida electoral. Asíque me veis allí, votante por vez primera, elecciones generales y autonómicasjuntas y para más inrri, presidenta de mesa.El día fue complicado, sobre todo porque me tocaron los dosinterventores más “pejigueras” del mundo. Y cuando digo dos, no es porquehubiera sólo dos, había una legión de ellos, pero como todos imaginaréis, éstoseran representantes de los dos partidos guays, y tenían entre ellos unainquina-pique-controversia, que seguramente ya era antigua pero que yo me la“comí” como nueva.Nada más acercarse alguien a la puerta, ya estaban los doscomo en tensión, observando si el votante hacía algún comentario, si yo leguiñaba el ojo, si el sobre estaba cerrado…no os podéis hacer una idea.Cada hora o cosa así, uno de los dos venía y me hacíarevisar el confesionario que había en la sala, para que me cerciorara de queestaban sus papeletas y no quitaban ojo de los vocales a ver si alguno hacíatrampa o no tachaba al que debía.La primera anécdota llegó prontito, como pasa algunas vecesen la lotería. Un señor entró muy temprano y vio que no había nadie en la cola.Yo no sé qué le rondaba la cabeza que ya desde la puerta dijo, en voz muy altay mientras se nos acercaba: ¡Fulanito de tal! (no lo hago por proteger suintimidad, es que sería incapaz de recordar su nombre) y dando dos grandeszancadas, sin encomendarse a nadie ni esperar a que los vocales comprobaran los apellidos, mete el sobre en la urna y encima con la mala suerte de que con el votointroduce también el carnet de identidad. No os hacéis una idea del numeritoque se montó: los dos interventores echaban chispas, yo no podía parar dereírme a pesar de las circunstancias (sería la edad) y de repente cundió elpánico porque nadie sabía qué hacer en ese caso. Tuve que llamar a la Junta Electoral deZona que me dio la solución. Una vez comprobado que el hombre tenía derecho avotar en esa mesa, lo emplazamos a que acudiera para el recuento y se le devolveríael carnet. El resto de la jornada, a las miradas de los interventores tuve quesumar la de aquel hombre que me observaba desde la urna con la cara de pocosamigos que todos solemos tener en el documento de identidad.Pero el premio gordo estaba aun por llegar y fue ya despuésde comer cuando el niño de San Ildefonso cantó la cancioncilla.Vino una señora mayor de esas que a mí me enternecen. Apenas sabía escribir, pero tenía una férrea intención de votar, tal vez enhomenaje a los años en los que no pudo hacerlo. El problema es que laseñora no traía carnet de identidad. La pobre mujer venía con el únicodocumento que había encontrado en su casa: el carnet del economato, algo queaquí se perdió desde que se impuso Pryca, pero que durante muchos años fue el establecimiento de compras para los trabajadores de las grandes empresas navales de esta tierra.Pues los dos de antes que ni hablar, que ese carnet no teníafoto y que sin foto allí no votaba nadie. Yo que veía que la pobre señora notenía pinta de pretender estafar al Estado, me daba mucha pena porque ademásella no entendía nada. Pero, ante la amenaza de impugnarme la mesa de los doscaballeros, tuve que explicarle como pude que no podía votar sin la foto.Como a la media hora, la mujer estaba allí otra vez. Seacercó a la mesa esperando la cola y cuando estuvo a mi lado, abrió una bolsade plástico y me dijo: mira hija, la única foto que tengo es ésta, acompañandoal movimiento de sus palabras con la presentación de una foto enmarcada de 30x30de ella y su marido con 50 años menos, el día de la boda.Despues de aquello han sido dos veces más, pero puedo decirque en comparación…pecata minuta.¿A alguno de vosotros le ha tocado ya?