Revista Literatura
Yo, transportado
Publicado el 18 junio 2014 por Calvodemora
Prefiero la dulzura semántica de la palabra oblea a la contundencia de hostia, pero casi nunca acudo a la dulzura cuando hablo, salvo que me esté escuchando un lector confeso de Jorge Bucay o de Paulo Coelho. Se habla sin cuidado, pero todavía conserva uno la admiración de quien lo hace midiendo las sílabas, permitiendo que las palabras se arrimen unas a otras y digan cosas que conciten el asombro o que traigan la belleza. Poca gente ya se esmera en hablar bien. De lo que se trata es de comunicarnos. Eso tal vez debiera bastar. Todo lo que venga después es un aditamento vacío. Pero no lo es, no lo es de ninguna manera. En ocasiones echo en falta expresarme con la soltura con la que a veces acometo la escritura. Y es precisamente el argumento contrario el que se acaba imponiendo siempre: es la oralidad la que debiera llevarse la partida, no la transcripción escrita, no la posible literatura que uno extraiga y abandone aquí. Admiro al que habla sin que se aprecie en demasía que lo está haciendo. Justamente eso que se decía de Frank Sinatra: canta sin que parezca que canta. Se podría esgrimir idéntica reflexión a la hora de contar qué buscamos cuando escribimos o cómo lo hacemos. Diríamos (es una hipótesis) que la buena escritura es la que no se nota que existe. Que un texto, si fluye, es que está bien escrito. En otro orden de cosas, o es el mismo, convenido a placer del que escribe, hay textos de una entereza admirable que no caen jamás en la fluidez, sino que avanzan morosamente, reclamando que uno ponga en danza todos los sentidos. Hay textos de ese fuste narrativo que me transportan. Yo, transportado, soy feliz. Abrí con Bucay y con Coelho. No voy a cerrar con ellos. O sí.