“Is this what loves all about
Lately I feel so without
Wild sensations
Sweet frustrations
You get me goin’
And theres no slowin’ me down”
Director: Paul McGuigan
Año: 2000
País: Gran Bretaña
105 min.
Fotografía: Peter Sova
Música: John Dankworth
Guión: Johnny Ferguson
Reparto: Malcolm McDowell, David Thewlis, Paul Bettany, Saffron ídolo, fan, Burrows, Kenneth Cranham, Jamie Foreman, Eddie Marsan, Andrew Lincoln, Doug Allen
Un film malogrado pero estimable, que gana cuando se remite con respeto pero sin reverencia a la tradición gangsteril cockney, a ese cool destartalado, violento y cutre, de edificios de ladrillo rojo, trajes a medida y dicción barriobajera que es la marca distintiva del género. Certificada en clásicos mayores, como Asesino implacable o El largos viernes santo, y menores, Los Krays (un raro biopic dirigido en 1990 por el reivindicable Peter Medak sobre la célebre pareja de gemelos que dominó el submundo londinense durante los 60 hasta el punto de adquirir la categoría de ídolos pop) e incluso la minusvalorada Shiner (2001) del gris John Irvin y el gran Michael Caine. Pero que termina por deshacerse, parcialmente
Dividido entre el presente -un intrigante principio que presenta de manera ejemplar a los personajes en medio de una fiesta en la que recuerda hazañas de juventud y en la que la planificación transmite una tensión subterránea de lo más sugerente- al que se volverá en la conclusión, y un largo bloque central desarrollado en los sesenta que cuenta la ascensión hasta las cumbres del hampa de un joven matón particularmente sádico y gélido (el Gangster No.1 del título dividido su personaje entre unos Bettany y McDowell totalmente divergentes). Además de ardorosamente enamorado de su jefe, Freddie Mays legendario gangster de estiloso carisma al que interpreta muy bien David Thewlis, en
No.1 no se detendrá hasta llegar a la cumbre (al No.1, claro), aunque desde tan alto solo pueda caer y todo lo que deje atrás sea un reguero de cadáveres e historias siniestras. De tal modo lo que tenemos es una canónica historia de “rise and fall” reinterpretada dese un prisma de abstracción estético-narrativa que brilla en el uso de la voz en off, en la valoración dramática de la escenografía, el encuadre y la posición/relación de los actores en/con el mismo – la obsesiva manera de encuadrar frontalmente al personaje casi aislándolo del conjunto para subrayar un tono extrañamente onírico e,
Hasta aquí una obra de orfebrería (que admite enrriquecedoras influencias teatrales o incluso comiqueras, como la muy compleja miniserie, escrita por Peter Milligan y dibujada por Brett Ewins, Skreemer de 1989), quizás tocada por un exceso de ganas de llamar la atención propias de un director primerizo (esta es su segunda película tras The Acid House, según la novela homónima de Irvin Welsh) pero desde luego digna de aplauso, por su creatividad, su conocimiento de causa y su decidida manera de intentar personalizar el género desde una óptica que sea al vez reflexiva y dinámica. Por desgracia su último acto, de vuelta al presente, es calamitoso, a McGuigan se le olvida todo lo anterior (o quizás simplemente se le agota el discurso y las ideas) y
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