No sé, es que es como todo en la vida, como que empiece a gustarte el hígado de ternera de un día para otro, cuando antes sólo con olerlo las arcadas salían de la costilla que le prestaste a Adán, o como cuando a alguien le dio por escribir el Génesis, y va y te pusieron Eva, o como cuando te daba vértigo asomarte al balcón a las 3 de la mañana, y luego te fabricaste un nido en la barandilla o empezaste a ir al barbero y le llevaste las cuchillas de afeitar para que te depilase las ingles a la brasileña.
No sé, es que es como cuando tienes una carta en el buzón que huele a chamusquina, y la abres como luego abres un Moët Chandon, o como cuando ya no sabes cuántos alfileres llevas clavaos en el cuerpo y el bolígrafo de tinta china te hace un guiño para que sigas aún escribiendo más cartas de amor, o a tus abogados, o a esos impíos que siguen encadenándose en los barrotes de algún Ministerio, rubricando como prueba de solidaridad.
Y es que, contra más limón y sal, más tequileada se pega tu lengua en la profundidad de mi garganta, meciéndose en mis labios, y así, agarraíta a tu cintura, dejemos que se besen los Judas hasta hacer que suenen las campanas por bulerías, mientras te digo que sí que te quiero, verde, azul o transparente, o como mi cómplice y todo como el Benedetti, o como cuando vas tan serio por la vida que te daría un par de bofetadas, y es porque no dejaste que el temor te impidiese penetrar en mis intimidades, y luego, que te mostrase la desnudez segura de mi cuerpo abierto, con mi pluma todavía llena de vértigo, con la que sigo escribiéndote cada mañana lo mucho que me gustas, zalamero, ahí sigues tú, siempre pegaíto a mi vera.
Zalamerándonos, zalamerándome la vida, así me gustas, así te quiero y olé.
Y aquí os dejo con la copla.