El hombre que no me ama recuesta su cabeza en un cojín viejo, rojo.
Está cansado.
Ha estado trabajando en un artículo que no termina de cobrar forma.
Pronto irá de viaje. Eso le entretiene.
El cielo vibra en el húmedo calor varsoviano.
Huele a pesadez.
Aún no sabe quién le cuidará las plantas.
El hombre que no me ama se sienta ante el ordenador: necesita algo de música que le distraiga. Jazz, por qué no.
Deambula por los escasos 20 metros cuadrados de su guarida, fingiendo
que cambia de un ala a otra de la casa. Hay tanto aún que terminar, se
dice.
Un momento.
El hombre que no me ama reposa su calma mirada en la lejanía, Atenea glauca.
¿Se acordará de mí?