Cuando Arturo me rogó que me hiciera cargo de Lucas, torcí el gesto. Aquella oferta laboral al otro lado del mundo suponía un importante ascenso en su carrera y no podía desaprovecharla. Intenté negarme inventando problemas de alergia, aduciendo que mi casero no admitiría animales en el apartamento o fabulando que necesitaba apuntarme a clases de pilates. Tras una velada maravillosa, dónde consiguió que no faltara un detalle, logró convencerme y no supe decir que no. Confieso que en aquella época Arturo era mi debilidad. Me gustaba. Me gustaba mucho y él lo sabía.
Lucas siempre fue dulce, aunque de carácter terco y algo desobediente. Educarlo absorbió todas mis energías y el presupuesto que tenía asignado para zapatillas.
Cada semana envié puntualmente a Arturo un vídeo del cachorro para que disfrutara viéndolo jugar, socializarse, hacer pequeños trucos y crecer. Supuse que le gustaría conservar un legado testimonial de sus primeros meses de vida. Al principio, Arturo me respondía con palabras cariñosas en las decía morir de amor con los progresos de la criatura. Después, dejó de escribir, por falta de tiempo, supongo y solo insertaba algún emoticono de besos o de corazones multicolores. Y después de después, ni leía mis mensajes, ni los contestaba.
Durante los años siguientes, Lucas compensó con creces cada uno de mis desvelos: me ayudó a sobrellevar la pandemia, el maldito ERTE de mi empresa, tu distanciamiento y mi cáncer. Fue como volver a empezar y el mayor de mis motivos para no dejarme caer.
Hace un par de meses recibí carta de Arturo. Decía que regresaba con su pareja, una chica encantadora con la que, sin duda, haría buenas migas; que quería organizar una cena para que nos conociéramos; que debía devolverle a Lucas y que gracias por todo…
Decidí pleitear. Por Lucas. Por mí. Por lealtad. Por puro amor. Porque no soportaríamos estar separados y porque me encanta salir a correr con las zapatillas rotas.
Hoy comunicaré a Arturo que Lucas se queda conmigo en su hogar, en el único hogar que conoce y en el que se siente feliz; que un juez reconoce nuestro vínculo afectivo y me otorga su custodia y que Lucas no es Lucas sino una hembra como siempre le dije.
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