Recuerdo cuando era pequeña lo mucho que me gustaba inventar. Me pasaba el día fantaseando y me encantaba vivir las fantasías de los que me rodeaban. Desde que aprendí a leer me enamoraba de cada libro de aventuras que mi mamá me regalaba, y disfrutaba cada noche con los cuentos que mi padre inventaba para mí.
Pero había uno muy especial. Un cuento triste, que cada noche mi padre estaba obligado a repetirme, era mi favorito. Se trataba de un perrito que vivía en un pueblo precioso, lleno de casas de colores y perros de todas las especies. Era un perrito protestón que no le gustaba hacer lo que su mamá le decía. Y por más que la mamá le advirtió que no podía salir solo porque se podía perder, el perrito un día salió, y cómo no, terminó perdido.
La búsqueda del perrito me producía mucha angustia, el escuchar que estaba solito por la calle sin nadie que le acompañase y ayudase. Pero cada noche también me llenaba de alegría al escuchar que su mamá por fin le encontraba y nunca más se volvía a perder.
Un cuento sencillo que me llenaba de diversos sentimientos. Un cuento salido de la imaginación de mi papá, y supongo que con el fin de inculcarme un poco de cautela ya que desde niña yo era muy independiente.
La verdad es que es un recuerdo que tenía olvidado, me vino el otro día a la cabeza al leer un post sobre cuentos y la verdad es que me ha encantado revivir ese recuerdo.
Hoy que soy mamá yo también invento cuentos para mis hijos, cuentos que se repiten cada noche, cada tarde… siempre hay alguno favorito que no podemos dejar de escuchar.
¿Por qué gustará tanto a los niños escuchar un mismo cuento una y otra vez?