Revista Diario

Algunas plantas

Publicado el 23 octubre 2011 por Karmenjt

Odio la gente que habla en los conciertos.

No la gente que comenta cosas, que se ríe y que comparte lo bien que se lo está pasando. No. Me refiero a esas personas que van a los conciertos y se cuentan su vida, a voz en grito, porque si no no se oyen, claro. Y se pasan prácticamente todo el concierto así, sin hacer caso al grupo, que no sé para que pagan la entrada, porque para hablar se me ocurren muchos y mejores sitios en los que no tienes que dejarte parte de las cuerdas vocales para hacerte entender.

Y lo peor es cuando no son dos, que intentan gritarse al oído, sino cuando es un grupo de tres o mas, y gritan entre si. Últimamente tengo tan mala suerte que cuando creo que he conseguido un buen sitio y ya es prácticamente imposible moverse a otro siempre se me sitúa un grupo de estos delante, detrás o a cualquiera de los lados.

En el último del Sr. Mostaza se turnaban dos tipos borrachos que vociferaban lo mucho que se apreciaban el uno al otro a la altura de mi nuca, con una pareja de chicas a mi derecha que se estaban dando consejos de cómo superar una ruptura de pareja a unos cien decibelios. Y encima eran malos consejos.

Llega un momento en que no me puedo abstraer, es como si mi cerebro bajará el volumen de la música mientras sube el de la gente, hasta que solo oigo eso, voces y murmullo. Como cuando te acuestas escuchando el goteo de un grifo y acabas con los ojos como platos y la gota resonando en tu cerebro, sin que exista otro sonido a tu alrededor. Y entonces el concierto pierde su magia. Y yo me pongo de mala leche.

En un concierto acústico hace meses, Coque Malla se atrevió a pedir al público que guardara silencio tras tener que para unas cuántas veces debido a que el murmullo sobrepasaba el nivel de su acústico. Al lado tenía a un grupo que al principio del concierto parecían unos fans incondicionales del cantante, pero que esa petición (eran de los que no callaban ni bajo el agua) les sentó peor que si les hubiese mentado a la madre desde el escenario. Se pasaron el resto del concierto refunfuñando, insultándole y por supuesto, sin callarse.

Menos mal que de vez en cuando, hay conciertos en los que para lo único que la gente abre la boca es para corear las canciones a pleno pulmón. Antes me molestaba, ahora no, mientras cantan no gritan.

Eso lo saben bien los de Love of Lesbian, nunca he visto tantas caras de felicidad como en sus conciertos. Y saltos, y coros desafinados, y gafas de colores…

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