Revista Literatura

Bang. Bang. Estaba muerto.

Publicado el 03 abril 2012 por Beatrice
   Bang. Bang. Estaba muerto.
   Frunció los labios violeta oscuro y dejó escapar entre ellos un soplido suave que difuminó el humo que surgía del cañón de su Colt. Segundos después ya la había guardado bajo la gabardina y se ajustaba la peluca negra de corte Bob y flequillo recto. Era la que usaba en las noches húmedas como aquella, junto con la gabardina impermeable y las botas mosqueteras de tacón infinito. Podía ser una desalmada, pero matar y vestir con estilo no eran algo incompatible.
   Se alejó de allí dando un un rodeo tal que habría despistado a cualquiera. Varias calles en dirección contraria al cadáver tirado en el asfalto mojado, detuvo un taxi levantando el pulgar.
   —A la Quinta Avenida. —le siseó nada más sentarse con las piernas cruzadas tras el asiento del copiloto.
   El conductor no disimuló el placer que sus ojos sintieron al recorrer varias veces arriba y abajo sus largas piernas cubiertas por unas delicadas medias negras. Ella, sin prestarle mayor atención sacó un teléfono móvil de uno de los bolsillos de su gabardina y marcó ágilmente un número. Espero los dos tonos pacientemente y habló con una sola palabra.
   —Hecho.
   El taxi se detuvo minutos después frente a las puertas de un hotel iluminado con decenas de focos amarillos. Ella pagó generosamente la carrera y se apeó con la misma elegancia provocadora que había subido.
Pulsó el botón del ascensor y se alegró de ser la única que subía en él. Palpó su costado izquierdo, sintiendo la forma de la Colt bajo el tejido plastificado de la gabardina. Todavía estaba caliente.
   Echó un vistazo al pasillo para asegurarse de que estaba sola y golpeó la puerta de la habitación 811 con los nudillos enguantados. Al instante se abrió y un hombre canoso envuelto en un albornoz del hotel le sonrió babeante. Ella entró, meneando las caderas hasta el centro de la suite y se giró cuando escuchó que la puerta se cerraba. El hombre se acercó por detrás pero ella fue más rápida no le dejó.
   —Así que quieres jugar...
   —De rodillas. —ordenó ella, haciéndole sentir el metal del cañón sobre sus riñones.
   Tembloroso el hombre obedeció y notó algo blando apoyándose en su cabeza.
   —Buenas noches.
   El cojín silenció el disparo.
   Bang. Bang. Estaba muerto.

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