Revista Talentos

Chester

Publicado el 23 febrero 2018 por Aidadelpozo

Los lametones de Chester en los dedos de los pies me despiertan. Estoy cansada y me noto húmeda. No es la humedad propia de este tiempo. Una ola de calor angustiosamente interminable, asola la capital. Pero no es ese calor ni esa humedad.

Me incorporo y tomo conciencia de lo que sucede. Estoy bañada en sangre y Chester lame mis dedos con repugnante avidez. Me incorporo, trato de entender y lo único que puedo sentir es la viscosidad de la sangre sobre mi piel. Las sábanas de un rojo negruzco han comenzado a acartonarse. Chester ronronea y después, cuando de una patada lo arrojo de la cama, bufa y sale corriendo.

Me levanto y apoyo mis pies en el suelo. Patinan sobre el parqué. Al fondo de la habitación veo a Marc en una absurda postura fetal. Me acerco a él despacio, con miedo a resbalarme y a caer sobre el gran charco de sangre que va desde su cuerpo hasta la cama. Oigo lejanos los lastimeros maullidos de Chester e intento entender qué ha sucedido.

Cuando estoy al lado de Marc le zarandeo para que despierte. No reacciona. Después le giro y compruebo que tiene los ojos abiertos y un enorme corte en la garganta. Parece mirarme. Recuerdo que discutimos. Siempre lo hacemos por el mismo motivo: mis interminables horas en la oficina y mi cansancio. Se queja de que no follamos, me grita, me llama histérica cuando le pido que se ponga en mi lugar. Marc nunca se pone en el lugar de nadie.

Trato de explicar qué ha sucedido, de poner mi cabeza en orden y todos los recuerdos en la lógica sucesión de acontecimientos que han desencadenado que Marc esté tendido en el suelo, desangrado, con los ojos muy abiertos y ese rictus de no saber qué na sucedido. Trato de recordar. Me duele todo el cuerpo.

Marc no existe, no tengo ningún gato llamado Chester sino un perro y su nombre es Sam. Trato de decirme que ya pasó, que ha sido una absurda pesadilla, fruto de este horrible calor. Hace más de seis meses que no he vuelto a saber de Pablo. Nos despedimos un domingo de enero y hasta ahora. A veces escribe, suelta alguna parida y dice que está en dique seco. No tengo la menor idea de si el Marc de mi sueño de esta noche es, en realidad, una proyección de mi visión de Pablo en estos momentos. Tampoco me importa. Por descontado, sé que en dique seco no está. De hecho, creo que tuvo varios diques cuando estábamos juntos. He pensado en adoptar un gato. Lo llamaré Chester...

Me he enterado de que Pablo está con otra. Ha sido por puro azar. Los he visto cogidos de la mano frente a la plaza, en la cafetería Mainé, donde solíamos quedar para tomar cervezas después de su trabajo. Siento lo de esta chica, no la conozco, pero lamento que haya caído como caí yo. Pablo sabe conquistar a una mujer pues dice lo que ellas desean escuchar. Lo sé de buena tinta, porque así me consiguió. Lo que le durará esta nueva conquista es otro cantar. Enseguida se le cala si eres un poco avispada. Lástima que no le veas venir antes, cuando te engatusa. Sería todo más sencillo y él sería más fácil de olvidar. Espero que la chica sea lista y salga corriendo antes de que le pase lo que a mí, que me sentí tan engañada cuando un buen día me dijo hasta mañana y nunca más supe de él.

Han pasado tres meses desde que soñé aquello con mi inexistente Marc. Adopté a Chester un par de semanas después. Es un gato viejo, de esos que todos miran pero nadie quiere pues prefieren cachorros o animales más jóvenes, que saben que van a vivir mucho y no corren el riesgo de encariñarse y que se mueran pronto. Mi Chester es de un color negro azabache precioso. Maúlla como si no hubiera un mañana. Me gusta su actitud. A Sam le ha caído bien y a Chester parece que también hemos encajado en su perfil de familia adoptiva y eso es lo que importa. No hay malos rollos entre nosotros, somos una familia unida y con escasos roces.

Hoy me ha pasado una cosa curiosa. He conocido a un tipo en el gimnasio. No he hecho ni una amistad en el gym desde que voy, hará cosa de cinco meses. Ha sido de lo más heavy... Hemos ido a coger la misma cinta andadora, hemos chocado de bruces pues íbamos ambos casi a la carrera a por ella, y me la ha cedido como se cede un taxi en un día de lluvia. Con una sonrisa de oreja a oreja, de esas que quitan el hipo. Aunque ahora que lo pienso, ya no se cogen tantos taxis y menos, se ceden a una mujer en esos días ni en ninguno. Cómo echo en falta la clase y la elegancia masculinas. Este detalle tan tonto ha hecho que me fijase en él con detenimiento, gracias a la amplia cristalera que hay frente a las cintas y bicicletas. He tenido la suerte de poder hacerlo pues, en cuestión de un par de minutos ha quedado la cinta de mi derecha libre y él, que se llama Eduardo, se ha puesto a caminar a mi lado y ha sacado un tema de conversación. No me di cuenta de que llevábamos media hora charlando cuando me he fijado en sus ojos. Se parecen a los de Chester. Son verdes y profundos. Eduardo es como un gato...

Me gusta la cerveza con limón. Es tiempo de calamares y boquerones. No me cuesta reír. Eduardo tiene un humor ácido que me hace sentir en mi salsa. Yo también tengo un punto caustico en ocasiones, que hace dudar a la gente si voy o vengo. Me gusta Eduardo. Compite con Chester en mirada gatuna. Embauca con su sonrisa y me hace sentir bien. La terraza de la Mainé está a rebosar y las cervezas bailan por las mesas con los dos camareros en danza. Segunda ronda. De pronto, veo a Pablo con una chica. Mira hacia la terraza y nos vemos. No es la de hace semanas. Nueva caza. Quizás la otra sea para los lunes y miércoles y esta nueva sea la de los festivos. Quizás descanse algún día. Se ha sentado en la mesa que, casualmente ha quedado a nuestro lado. Eduardo le ha mirado y Pablo le ha hecho la radiografía. Creí que iba a sentir algo especial, pero me he dado cuenta de que estoy completamente curada...

Eduardo me curó a las dos semanas de conocernos y yo sin saberlo hasta las cervezas en la Mainé. Cuando le invité a que subiera a casa por primera vez, le agradó a Sam y Chester también le dio su visto bueno. A Eduardo le gustan los animales. Todo encajó. Aquella noche, mientras follábamos, Chester saltó sobre la cama y le mordió los pies. Eduardo no se sobresaltó, al contrario, se incorporó, lo cogió en brazos y le dijo que lo sentía mucho, pero que aquel era su momento y no el de él. Chester pareció entender y ni siquiera maulló. Sí, me curé con tres orgasmos. Desconozco si Eduardo tenía que curarse de algo, pero sus jadeos y sus tres orgasmos -¡tres!- reconfortaron mis oídos y dieron paz a mi cabeza. Nunca pensé que seis orgasmos dieran para tanto...

...............

Chester maúlla cuando oye a Carlos llorar. Es su modo de avisar que nuestro canijo quiere comer y necesita a su mamá. Eduardo es un buen padre. Quién iba a decir que un choque de bruces por una cinta de correr iba a dar como fruto algo tan grande...

Sam murió poco antes de que Carlos naciera. Lo echamos de menos. Chester presintió la partida de nuestro perro. No se separó durante los días anteriores a su muerte y, cuando al fin descansó, lo encontramos junto a su cuerpo. Murió de noche y a los pies de nuestra cama.

Chester parece triste. Deambula por la casa y ahora duerme en el colchón de Sam. Creo que ha adoptado a Carlos como mascota. Eduardo sonríe cuando le ve ir de un lado a otro y, de vez en cuando, se para en la cuna del bebé y maúlla. Parece que le canta nanas. No sé si esa es su intención, pero Carlos se relaja con su maullido lastimero.

Ayer murió Chester, justo tres meses después que nos dejara Sam. También murió a los pies de la cama. Durante todo el día estuvo apagado y no quiso comer. Presentí que era su momento. No me equivoqué. Cuando nos despertamos parecía dormido. Aún me parece oír sus maullidos a los pies de la cuna del peque. Carlos está distinto, siento que le extraña. Ya no le cantará más nanas este viejo gato negro.

Hoy he salido a pasear con Carlos. Necesitaba que me diera el aire. Hace un buen día, pese a que estamos a mediados de febrero. He hecho un alto en el camino y me he sentado en la terraza del Mainé, que ahora ha cambiado de nombre y se llama Olimpia. Me gustaba más Mainé, pero así es la vida. Todo cambia a nuestro alrededor, aunque no queramos. Aceptaré este nombre que me parece de lo más absurdo pues es lo que hay. Las cervezas saben igual aun llamándose distinto.

Carlos sonríe y me lanza sus bracitos. Hace un sol radiante. De pronto, veo aparecer a lo lejos a Pablo. Desde aquel día en que coincidimos en este mismo lugar, no había vuelto a verlo. Se ha acercado a mí, para mi sorpresa, y me ha saludado. Ha preguntado por Carlos. Le he dicho que me casé y que es mi hijo. Me ha felicitado. Hemos charlado brevemente. Me ha contado que ahora está solo, que ya no va de flor en flor, que se ha tomado un descanso. Supongo que es más inteligente de lo que pensaba y sabía que yo descubrí cómo era, con lo cual lo de que iba de flor en flor no le ha costado confesarlo. No obstante, no sé si creer sus palabras o no. Soy una defensora a ultranza de la existencia del karma. La prueba está en que, después de mucho tiempo de mala suerte, al fin soy feliz. Nunca me ha cabido duda de que mi destino era serlo. Los ojos de Pablo están apagados y tiene ojeras. Lo cierto es que me da lo mismo. Carlos me pide bracitos mientras Pablo me cuenta. Le doy un millón de besos y mi renacuajillo sonríe. Pablo hace una mueca, a modo de sonrisa. Miro el reloj, me disculpo con la excusa de que el enano tiene que comer y saco el monedero para pagar la cuenta. Me ruega que le permita invitarme. No accedo y dejo el precio de mi cerveza y la suya sobre la mesa. Añado una pequeña propina.

Luce un sol radiante en Madrid. Una sola nube en el cielo. Es pequeña, esponjosa y muy blanca. Tiene forma de gato.

Nos vamos a casa.

CHESTER

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